La prostitución infantil crece, al amparo de la indigencia y de la complicidad de ciertos adultos. Es urgente cortar este círculo de violencia y explotación. Por Eva Giberti. Publicado en Clarín, 19 setiembre 2002.
La prostitución infantil crece, al amparo de la indigencia y de la complicidad de ciertos adultos. Es urgente cortar este círculo de violencia y explotación. Por Eva Giberti. Publicado en Clarín, 19 setiembre 2002.
Empezaba a oscurecer. El auto se detuvo junto al cordón de la vereda; su conductor se mantuvo en espera. Una niña, de diez años quizás, apareció doblando la esquina y caminó rápidamente hacia la puerta del vehículo que acababa de abrirse. Subió sin titubear y el auto arrancó. Media hora después, acercándose a un hombre que esperaba en el mismo lugar de donde había partido la niña, el auto volvió a estacionar, y mientras ella descendía, el conductor pagó lo convenido.
El contrato entre esos dos hombres ˜el cliente y el rufián˜ acababa de consagrar, nuevamente, la existencia de los circuitos destinados a prostituir niñas ˜a veces niños˜ que incrementaron sus actividades debido a la indigencia actual. Pero que no dependen exclusivamente de ella.
La complicidad ciudadana silencia el registro del problema, así como omite analizar la obligada relación que se entabla entre el cliente y la niña víctima. Es la clientela la que fomenta la presencia de niñas en situación de prostitución y autoriza la gestión de quienes se encargan de seleccionarlas, reclutarlas y someterlas para posteriormente distribuirlas entre quienes las solicitan, cobrando dinero que, al delito inicial, le añaden la explotación.
Al plantear este tema emergen, en quienes leen o escuchan, cuestiones ligadas con el impacto que el mismo produce. Los contenidos expuestos se sintonizan con sentimientos que se extienden desde el horror hasta la curiosidad que despiertan. Son sentimientos provocados por el análisis de las violencias y que a su vez se constituyen en estímulos violentos para quien se informa acerca de ellas; si la ciudadanía queda sujetada por dichos sentimientos se intercepta la posibilidad de reflexionar y de intervenir como personas adultas ante este problema.
Estos temas han dejado de ser propios de otras latitudes y hoy conviven con nuestra cotidianidad aunque se intente invisibilizarlos.
Quienes trafican con niñas y con niños piensan que ambos sirven para producir dinero y placer. De este modo las víctimas son convertidas en sujetos activos, productores de bienes para quienes los ofrecen y para quienes los solicitan.
Unos y otros cuentan con la complicidad de una sociedad regulada por ideologías patriarcales que autoriza a disponer de las niñas como si ése fuera un derecho masculino, así como explotar a niños y niñas en nombre de las leyes del mercado. A esto debemos añadir la presencia de familias arrasadas por la indigencia que entregan a sus hijos e hijas para que «se ganen la vida» sometiéndose a estas prácticas.
Pero, ¿quiénes son los clientes? Una simplificación ingenua intentó describirlos como enfermos; tal vez algunos podrían insertarse en esa categoría.
Pero tanto la información internacional cuanto las investigaciones que se han llevado a cabo entre nosotros, evidencian otra índole de características que definen a estos sujetos. Una de ellas, buscar satisfacción en el abuso de poder que se ejerce contra estas criaturas inermes y paradójicamente activas en su «trabajo». Es decir, que construyen su disfrute dañando a quien no puede defenderse, tal como sucede con los torturadores.
Se trata de dañar a un ser humano y no a un objeto. Por eso calificamos el procedimiento como perversidad que se refiere a la destrucción de un ser humano a diferencia de la perversión que se focaliza en la búsqueda de satisfacción sexual. Los clientes disfrutan, más allá de la práctica sexual, sabiendo que están maltratando a una persona. No ignoran los padecimientos de sus víctimas aunque vilmente afirmen que «están acostumbradas».
Otro nivel de análisis los describe como sujetos genitalmente inmaduros que precisan entablar una relación sexual en la que se sienten poderosos ante quien los acompaña, al mismo tiempo que intentan descubrir cuál es el efecto de sus prácticas sobre la sensorialidad de esas criaturas. Los paidófilos ocupan otro segmento de este universo de clientes, cuya descripción sería extensa.
El peor de los «trabajos»
Es necesario enunciar los efectos de estas prácticas contra las niñas que han sido entrenadas para ofrecerse como garantía de placer en «buen estado de salud» (dado que aún no padecen infecciones de ninguna índole, diferenciándose de las niñas de otros mundos en los que el turismo sexual que utiliza criaturas se ha tornado peligroso debido al VIH que dicho turismo introdujo).
Después de cierto tiempo, algunas niñas opinan acerca de esta actividad como si se tratase de cualquier trabajo. Incorporan un lenguaje asociado a la sexualidad a menudo con alusiones anatómicas.
Sobrellevan dolor físico, fatiga, desconcierto, humillación y asco.Suelen generar un estado de no-conciencia, disminuyendo la percepción de lo que les pasa y de lo que hacen, y quedan enroladas en un estado semejante a la obnubilación, del cual deben salir porque sus clientes reclaman dedicación. Con frecuencia, solicitan bebidas alcohólicas para sostenerse a sí mismas. Y cuando se trata de grabaciones de videos pornográficos, se les suministran drogas para facilitar la obediencia a lo que se les indica. Se les enseña incluso a utilizar un «nombre de guerra» con el cual sustituyen su identidad y se convierten en portadoras de un sobrenombre que las identifica comotrabajadoras del sexo.
Las niñas asocian esta forma de vida con su supervivencia: reciben un pago miserable y cuando se trata de aquellas que no retornan a sus familias sino que dependen del adulto que las tiene a su cargo, cuentan con la posibilidad de una vivien da.
La violencia inscripta en todas estas prácticas, más allá del compromiso corporal de la niña, reside en la degradación de su condición como ser humano, para convertirse en una esclava destinada al placer de los adultos. Este procedimiento se articula con el tráfico con niñas, niños y mujeres, cuya eficacia mueve, según las fuentes aportadas por los organismos internacionales, millones de dólares.
¿Por qué hoy en día es preciso transparentar estos hechos? Para superar los silencios cómplices y compartidos entre aquellos que saben cómo funciona este negocio y lo avalan, justificando que las nenas tienen que empezar a ser útiles antes de convertirse en adultas.
Necesitamos prevenir lo que sucedió en otros países en los que la victimización de las niñas evidencia cifras vergonzosas. Es preciso contar con legislaciones y recursos ˜que las convenciones y organismos internacionales promueven˜ cuya aplicación inmediata reclama la colaboración de una comunidad que debe aprender a enfrentar el problema y acompañar a niños y niñas a decir basta.
Tal como muestran los afiches que el Consejo por los Derechos del Niño, la Niña y la Adolescencia del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires incorporó en las calles porteñas.
Tal como busca hacerlo el Programa de atención y acompañamiento a niñas, niños y adolescentes, víctimas de la explotación sexual y en situación de prostitución que acaba de implementarse. El objetivo del programa es trabajar en la difusión, la prevención, el acompañamiento y la atención integral de estas víctimas.
¿Cómo hacerlo? Por una parte, denunciando a proxenetas y abusadores, método con el que la comunidad tiene que estar comprometida, así como en la lucha contra la pornografía y la prostitución infantil en Internet.
Desde una perspectiva técnica, se trata de acompañar a las víctimas, sostenerlas en el cuidado de su salud e intentar su inserción escolar. Dadas las características de quienes están comprometidos con estas prácticas ˜clientes, rufianes y probablemente algunos otros que se benefician económicamente con la victimización de niños y de niñas˜, la puesta en acto del programa aludido resultará compleja. Mientras tanto, niñas y niños persistirán esclavizados.
¿Usted supone que no puede hacer algo para evitarlo? Sí, puede. Empiece por adherir al grito que reclama ¡Basta! con el que se proclama la responsabilidad adulta en sustitución del ocultamiento.