Los ciudadanos de las cacerolas

Editado en el diario Clarin, jueves  4 enero  2002

por Eva Giberti

El trayecto sociopolítico que recorrimos durante noviembre y diciembre se inició con la sorpresa y desembocó en el desasosiego .Entre comunicados , conferencias de prensa y renuncias, las instituciones y el soporte económico/financiero de la población mostraron su vulnerabilidad.
¿Quiénes éramos nosotros mientras creíamos que éramos otros? Cuando estábamos seguros de que, aunque empobrecidos, disponíamos libremente de nuestros ahorro o nuestro capital? Algunos se sentían inseguros temiendo la pérdida de su trabajo, o carecían de él ; otros dependian de la magra jubilación que se pagaba prolijamente pero algo sabíamos con certeza : se trataba de sobrevivir hasta que el país «saliera adelante».
¿Eramos ingenuos?¿O sólo creíamos que en las esferas del poder alguien lucharía defendiendo la estabilidad?La experiencia evidenció que la única estabilidad indiscutible era la que provenía del suspenso de cada día. No se sabia a qué atenerse en materia económica y tampoco en el ámbito institucional.
¿Quiénes son ahora los ciudadanos que recorrieron las calles blandiendo cacerolas , poderosos en el grito y derrotados en los muertos que la tevé mostró?
¿Quiénes son ahora aquellos cuya identidad sin nombre se recortaba en las frases que los micrófonos recogían impiadosamente:»!Queremos que nos devuelvan nuestro dinero!». Añadiendo :»!Queremos que se vayan!»
¿Queremos? Entre el querer, el desear y la puerilidad del tener ganas hay diferencias. La población quiso que algunos se fueran. Y los fueron. Hoy en día, la sólida afirmación voluntaria que el querer implica y que se expuso en las marchas y asambleas , quedará encorsetada por la necesidad de rescatar los principios que ordenan un país. En este sentido las decisiones se toman entre quienes cuentan con capacidad de negociación y entre quienes disponen de poder . Ejercicio del poder en el que se introdujo otra variable: la población sulfurada.El sulfuro, en tanto azufre , es fácilmente electrizable por frotación y arde con una llama azul mientras produce un olor acre que, según dicen, es el que impregna los recintos infernales. La frotación irritativa que el suspenso y la frustración abarcan¿ persistirá? Porque ahora se sabe que la calle puede arder.
¿Qué sucederá con aquello que se quiso? ¿Cómo emerger de la humillación inicial a pesar del alivio que el reclamo activo significó? Hablar de cacerolazo encubre la tensión que alimentaba cada golpe sobre el metal y que impregnó el pulso enérgico de quien redoblaba. Por eso fue una pulseada real y simbólica que se entabló entre quienes mandaban y aquellos que habían dejado de reconocerles esa autoridad. Insurrección que se quería pacífica y por eso fue investida por la domesticidad silenciosa que las cacerolas simbolizan. Claro que, ellas, al ser mediatizadas por el fuego o el calor, diferencian lo crudo de lo cocido. En su interior se produce la transformación: lo que antes estaba crudo modifica su estatuto y pasa a formar parte del orden de lo cocido, según lo describió la Antropología.Esa alquimia es fundamental para la identidad de aquello que se incorpora como alimento, comestible o simbólico.Entonces las ollas y las cucharas se convirtieron en herramientas sonoras, como otra voz representativa de una pulseada capaz de crear un hecho político inesperado.
Diferenciándose de la pueblada que avanzó en el conurbano sin cacerolas, porque portaba el hambre como emblema.
¿Cómo se insertó el éxito de la pulseada en la sufriente realidad psíquica? Los psicologos trabajábamos con aquello que le sucedía a quien consultaba. Con aquello que sentía y pensaba. Luego del cacerolazo precisamos rescatar la pregunta existencial¿quiénsoy? que se formula despues de enfrentarse con el gobierno legal. Un despues que se cocinó durante años en los cuales algunos se ejercitaron en la complacencia de hechos inadmisibles mientras otros padecían exclusiones denunciadas pero inapelables.
«Sacar adelante al país «es un proyecto que habrá de realizarse con personas que fueron vulneradas en sus bienes, en su dinero, en su confianza hacia quienes debían representarlos y resguardarlos. Experiencias que generan humillación y cuyo recuerdo se constituye en marca para quien la padeció; recordemos que la humillacion ,palabra que deriva de humus, , tierra, se refiere a quienes han sido vencidos y están obligados a doblar su cabeza y apoyar la frente sobre la tierra, en señal de sumisión ante el vencedor. Escena inconciente que forma parte de la historia personal de quienes se negaron a persistir en ella y apelaron al alivio del cacerolazo. Práctica que, sin embargo, no alcanza para «sacar adelante al país», aunque anuncie la gestación de una ciudadanía republicana capaz de presionar y generar cambios en la comunidad. Tal como lo postula la revisión del concepto original de ciudadanía, creado en los parámetros del liberalismo individualista.
¿Hasta dónde alcanzará y cuánto perdurará esta indignada y compartida respuesta ciudadana? La transformación coyuntural que el cacerolazo expresó puede analizarse como una tesis provisoria que precisa historizarse al mismo tiempo que comprobar si se complejizó nuestra manera de compartir la vida en comunidad habiendo verificado el valor de la gestión popular .Todo proyecto ,y «sacar adelante al país» lo es, lleva implícito su contraproyecto.En este modelo, el contraproyecto intentará valorizar la resignación y el silencio como equivalencia del orden necesario.¿Alguien lo creerá? ¿Alguien elegirá sumergirse en el facilismo en lugar de propiciar los cambios necesarios? ¿Habremos comprendido que el cacerolazo, improvisado y carente de proyecto perdurable, es ahijado de la dignidad?

Derechos Humanos.
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