La historia de las niñas, netamente diferenciable de la historia de los niños -distinción social y psicológicamente silenciada aunque no invisible- está irremediablemente unida al contenido sexual de la reproducción. O sea, la niña, recién nacida o en las vísperas de su pubertad, ocupa, tanto simbólicamente cuanto en el imaginario social, el lugar de una sexualidad capaz de concebir.
Primero en potencia,luego en acto . La potencia se incluye mediante el juego de las muñecas, emblema del destino que amanece cuando acunamos una sustancia no humana pero entrañable :juguete ceñido a nuestra intimidad sexual, a nuestros celos y recelos hacia la figura materna que nos la regaló como prenda inconciente de lo que «deberíamos’aprender a hacer y sentir con un futuro hijo».. Giberti E., Chavanneau de Gore, Taborda B.1997) Pero las embarazadas, no son niñas sino púberes que sobrellevan una gravidez.
La existencia de estas púberes ha sido registrado a través de diversas bibliografías que por lo general no enfocan el tema desde esta perspectiva ideológica . Estimo que ,entre nosotros, es conveniente citar a aquellos autores argentinos cuyo aporte contribuyó en la promoción de creencias acerca de las niñas en nuestro medio. Sus opiniones fueron heredadas de las creencias, mitos, prejuicios y convicciones producidas en los países centrales, con escasa o ninguna influencia de los criterios aborígenes latinoamericanos o sin considerar suficientemente la transmisión de valores culturales que provenían de las diversas inmigraciones; dicha transmisión fué atravesada por el intercambio entre las diferentes culturas que trajeron los inmigrantes y por las que eran propias de la vida criolla. La permanente apelación a autores europeos , citados casi con exclusividad,nos informa acerca de la colonización intelectual que invade los procesos de pensamiento de quienes nos ocupamos del tema género, sin que este comentario adhiera a un nacionalismo a ultranza;por el contrario, se trata de advertir que los mecanismos de colonización son lo suficientemente potentes como para marcar estilos de pensamiento, los cuales regirán aquello que se visibiliza y lo que se omite. La niña en nuestro continente carece de una historia como la que narraron los investigadores europeos acerca de sus niñas, a las cuales se hace referencia cada vez que alguien comienza a hablar de la «historia de la niñez» según los descubrimientos de esos historiadores anulando las historias latinoamericanas y los avatares de los países que, como el nuestro, fueron reservorio de inmigración.
Se advierte que el perfil de la niña-cualquiera fuese el orden de las investigaciones- fue acompasándose con los cambios que se operaron en la concepción de la familia, según las distintas épocas históricas, si bien manteniendo un común denominador en lo referente a la inocencia, virginidad, obediencia y sumisión al varón.
Por ejemplo en nuestro país, Arturo Balvastro(1982) escribe un estudio médico-social acerca de la mujer argentina: «Desde su nacimiento, la niña, que más tarde deberá ser madre, lleva ya el sello de su sexo. La niña ante todo es una virgen.» Párrafo donde se evidencia la marcación sexual-reproductiva inicial y definitiva, subrayada por el verbo «deber» , que al mismo tiempo incluye la pureza virginal como una característica ineludible, tentadora, podríamos añadir. La función materna, privilegiada a lo largo de la historia, se preanuncia como incanjeable y predeterminada: una niña es una reproductora en ciernes, dato que la sitúa en el filo de una sexualidad al servicio de quien cumplirá la tarea de «embarazarla».El embarazo se produce en coautoría, si no de deseo, por lo menos de gametos que se unen en acuerdo biológico.Por lo tanto no hay un varón que»embarace» a una mujer ,ni tampoco es admisible decir que una mujer «se» embaraza, lo que indica que se embaraza a sí misma lo cual derivaría en una partenogénesis.La maniobra semántica es evidente : ella deberá asumir la responsabilidad de la gestación, del reconocimiento del hijo y de su crianza, aliviando de toda responsabilidad al varón, en particular cuando éste huye frente a la gravidez y abandona a la mujer.
El lugar que, como futura madre, ocupa la niña en la imaginación de los adultos, le ha sido asignado por los deseos y expectativas de quienes conforman la sociedad, y excede las posibilidades que pueda tener el cuerpo infantil. Correlativamente surge la idea de niña-madre, fisiológica y anatómicamente inverosímil (niña es quien no ha menstruado), pero satisfactoria para la economía psíquica de quienes utilizan la expresión; ésta le permite relacionar dos vivencias que hablan por sí solas: se trata de dos criaturas,la púber y el bebe, ambas inermes ante el propio crecimiento. Por una parte, un vientre que aumenta de tamaño y se tensa; y por otra, un cuerpo feto-bebe que, en busca de la luz, habrá de dilatar el cuello uterino de una víctima a la que se denomina madre. Y aún madrecita.(Giberti E y Lamberti S. 1998)
Sería posible argüír que se habla de «niña»debido al escaso desarrollo de caracteres secundarios que a veces evidencian las púberes embarazadas;argumento falaz ya que es la fisiología uterina de las trompas y ovarios, conjuntamente con el avance hormonal,lo que suscita la posibilidad de embarazo.
Ajeno o distante, casi siempre irresponsable, un sujeto que porta genitales masculinos se autoexcluye de este paisaje. Transgresor, delincuente o entrenado en presenciar cómo su madre entregaba a sus hermanos en adopción(como suele suceder en áreas conurbanas y campesinas), el varón ha sido instituído como aquél de quien no se habla, el indecible de la reproducción, recortada sobre un cuerpo de mujer. Es el sujeto que habita todas o casi todas las historias de lasniñas abusadas sexualmente y que un día menstrúan. Recién entonces, la menarca, que los ritmos biológicos prepararon durante diez o doce años se convierte en una trampa que modifica la posición de la niña abusada, hasta ese momento presa de caza, para convertirla en una púber reproductora del violador, con frecuencia su padre. Ella quedará expuesta a las críticas, a las expulsiones de su casa o pasivizada ante las decisiones de la familia respecto de ella y el bebe.
La sanción social no es hoy la que diseñaron nuestros antepasados,y que fué maldiciente, hipercrítica.; a pesar de la misma, algunos/as intentaban comprender los hechos. Inclusive determinadas mujeres, un siglo atrás, se referían a estas situaciones e incorporaban la expresiónniñas-madres, que hoy, personalmente, cuestiono .
Escribía Lucrecia Campos Urquiza de Travers, en 1940: «A la madre menor de edad, muestra sensible de una situación sin responsabilidad, nunca la vincula el cariño; para ella no existe el matrimonio, vive la sentencia del olvido y lleva en el alma el misterio del dolor(…) Pobres ‘niñas-madres’, que bajáis los ojos para no mirar, creyendo encontrar la sentencia en la mirada de todos»
La preocupación por el embarazo durante la pubertad constituyó un punto sensible para la legislación de comienzos de siglo, insuficiente para dar cuenta de la atención que estas púberes precisaban, una vez producido el embarazo temprano. La lectura de los textos de la época nos advierte respecto del posicionamiento de las niñas y púberes en las familias, conceptualizadas como madres en potencia, cuyo producto, el hijo, sería preciso proteger. El interés se centraba en el recién nacido (la recién nacida), para quien se solicitaban toda clase de garantías; es posible conjeturar que la protección y asistencia que se buscaba o pretendía para las púberes grávidas o puérperas, residía mucho más en el cuidado del hijo que en el resguardo para ellas. Veamos el texto de Ubaldo Fernández (1916), profesor de Puericultura y Director de la Maternidad del Hospital Alvear de Buenos Aires : «La finalidad de esta comunicación (…) es aportar un contribución que creemos digna de ser tenida en cuenta, en la solución de uno de los numerosos problemas que la asistencia y la protección del niño ha planteado entre nosotros. Nos referimos a la protección y asistencia del recién nacido, hijo de menores sujetas a la tutela del ministerio público (…) Una categoría de madres que no tienen más pecado que ser obligadas protegidas de la ley, en su carácter de menores de edad, reciben en nuestros días y en la Capital de la República, la brutal afrenta de la sociedad en que viven, de ser separadas violentamente de sus hijos, en el preciso momento en que aquellas desbordan sus sentimientos y satisfacciones de madres y cuando éstos tienen como único seguro de sus vidas, la leche del seno materno, que sólo a ellos pertenece.»
El texto, si bien toma en cuenta la situación de la meno(**), enfatiza sobre el recién nacido y subraya los cánones de la puericultura de aquella época.