Los antecedentes incestuosos del abuelo

Editado en Página/12 – Suplemento LAS/12 – viernes 10/08/01

Muchas mujeres que han sido víctimas de incesto por parte de sus padres y que han callado ese abuso durante toda su vida adulta, recién se sienten compelidas a confesarlo -o denunciarlo- cuando sus propias hijas se acercan a la pubertad y entablan un vínculo nuevo con ese abuelo que alguna vez fue un padre violador.

Por Eva Giberti

A veces necesitan años de tratamiento antes de poder contar qué les sucedió. Si bien la consulta pudo haber sido originada por diversos síntomas (insomnios reiterados, o desavenencias conyugales o hartazgo de la vida que llevan), en determinado momento estalla la historia que tiñó la niñez de estas mujeres: la violación incestuosa que su padre ejerció durante varios años.
El intento de olvidarlo, de reponerse como si aquello no hubiese sucedido, el escamoteo del odio y del asco hacia ese padre ocuparon la sensibilidad, la inteligencia y el mundo emocional de esas mujeres que no pudieron rebelarse cuando el varón que debía protegerlas y acompañarlas en su desarrollo utilizaba sus cuerpos infantiles para producirse placer.
Siendo niñas temieron confiarse a sus madres porque supusieron, así lo cuentan algunas de ellas, que no sólo no les creerían, sino que probablemente las castigarían «por inventar porquerías». La experiencia clínica nos evidencia que, en algunas oportunidades, es así como sucede.
¿Por qué estas mujeres adultas, que transcurren sus cuarenta y sus cincuenta años recién ahora pueden describir qué les ocurrió? Porque, con frecuencia, sus hijas, ahora púberes o adolescentes, entablan un vínculo nuevo con ese abuelo que fue un padre incestuoso. Un vínculo de joven mujer, ya no necesariamente como niña, sino como una criatura que conversa con ese abuelo que opina acerca de sus conductas. Y les pregunta acerca de sus novios y de sus amigos. Y con ufana tranquilidad les recomienda que tengan comportamientos sensatos.
¿Cómo explicar la desconfianza hacia el abuelo?
Las madres que fueron incestuadas por ese sujeto, y que jamás lo «confesaron» a sus maridos, ahora titubean sin poder explicarles la violencia y la ira con que suelen contestarles a esos abuelos cuyos antecedentes como violador ellas padecieron.
Los hechos que durante años intentaron sepultar reverdecen en las memorias actualmente ilustradas por los temas que, vinculados con los abusos sexuales contra las niñas, se instalan en los medios de comunicación. Si bien esa información mantiene el error de pretender que abuso sexual agravado por vínculo es equivalente a incesto, según la descripción legal, alcanza para que algunas mujeres, antes niñas violadas por sus padres, reaccionen con la furia que no pudieron expresar cuando eran victimizadas.
Es esa furia, asociada con un «no saber qué hacer ahora», la que se expresa en los tratamientos, y permite comprender cómo funcionaron, durante años, los efectos de esa terrible experiencia en la vida de estas mujeres. Ellas transcurrieron sus años juveniles entrampadas en las convenciones sociales que las obligaron a convivir con el violador, recordando la satisfacción que la práctica incestuosa le producía a ese varón al que debían seguir reconociendo y nombrando «padre».
La aparición verbal de los recuerdos, recurriendo a la contención del psicoanálisis, les permite, por una parte, recuperar la representación de las situaciones, de los días y de las noches durante los cuales ese sujeto se aparecía en su habitación en ausencia de la madre, o bien cuando debían transcurrir sus vacaciones al lado de ese hombre que reclamaba su derecho a la patria potestad por estar divorciado de la madre.
Por otra parte se abre el espacio para preguntarse: ¿qué hacer ahora? Una de ellas me dijo: «Yo quisiera matarlo» y otras dudan acerca de los efectos que podrían resultar de la actual confesión.
En cambio todas coinciden al evaluar la relación de ese sujeto con la hija de ellas, niña o púber: se resisten a autorizar cualquier clase de relación cercana con ese abuelo. Lo cual suele aparecer como inexplicable en el grupo familiar.
Si bien es posible dedicarle largo tiempo al análisis de los hechos, a los recuerdos, a las fantasías cuando se trata de mujeres en tratamiento psicoanalítico, han comenzado a aparecer consultas por parte de mujeres que no solicitan tratamiento sino alguna índole de recomendación acerca del mejor modo de proceder respecto de sus hijas, en relación con ese abuelo.
Es decir, es posible suponer que no pueden, no quieren reabrir la memoria candente de lo que padecieron, pero sí decidieron utilizar la sombra de aquellos recuerdos para actuar preventivamente respecto de sus hijas. Pero este abuelo no necesariamente mantiene un entusiasmo paidófilo, no necesariamente intentará manosear a su nieta y sólo en algún caso encontré la sospecha concreta acerca de ese procedimiento contra la nieta/niña. Estas mujeres, que fueron niñas violadas por sus padres y que actualmente son madres, buscan el alivio que significa hablar acerca de esa porción de sus vidas, de los efectos que padecieron, y al mismo tiempo intentan posicionarse frente a ese padre reconociéndolo como un violador sistemático, es decir, como un delincuente.
El esclarecimiento sociopolítico del que ahora disponen numerosas mujeres, y con el cual no contaban décadas atrás, les permite comprender que transcurrieron su niñez formando parte de la categoría de las víctimas; ya no se trata de acusar al sujeto posicionándolo sólo como incestuoso, sino que dicho delito también viola los derechos de las niñas, además de violar sus cuerpos y además de interferir de manera patológica en la construcción de la subjetividad de la víctima.
Las madres de estas madres
Capítulo aparte es el que en estas consultas se dedica a las que ahora son abuelas y fueron la pareja de aquel padre incestuoso: las madres de estas mujeres que ahora consultan. ¿Qué les ocurrió? ¿No se dieron cuenta? ¿Sabían lo que pasaba pero prefirieron tolerarlo? ¿Ellas mismas fueron víctimas de padres incestuosos e interpretaron como fatalidad esa clase de relación? Mi experiencia en el tema me enseñó que, en las clases populares, cuando el incesto es descubierto o reconocido por la madre puede silenciarse porque se sabe que la cárcel para el violador significará el hambre para el resto de la familia. Nuestra legislación al respecto produce una paradoja carente de ingenuidad: «Dejemos en libertad al incestuoso para que pueda seguir manteniendo a la familia. En todo caso internemos a la niña en un instituto porque corre peligro moral»: un disparate comprensible mediante el análisis de los efectos de las ideologías patriarcales en la redacción de las leyes y de las políticas sociales. Un trastocamiento ético que mantiene su eficacia merced a la colonización intelectual de legisladores y profesionales intervinientes en estas historias. Pero cuando las consultas provienen de otros grupos sociales la evaluación de los comportamientos de aquellas madres, ahora abuelas, reclama otros refinamientos técnicos, que forman parte de los interrogantes que se plantean las mujeres que actualmente consultan: «Mi madre no se daba cuenta» o bien «Si se lo hubiera contado ella no lo podría creer». Cuarenta años atrás aquellas mujeres ¿hubieran aceptado como posible que su marido fuese capaz de algo semejante? El desarrollo de esta problemática es extenso y no admite simplificaciones. En cambio nos advierte acerca de los nuevos registros de las mujeres acerca de sus derechos, de los derechos de sus hijas y del valor que adquirió la palabra de la mujer cuando denuncia, cuando narra, cuando cuestiona, cuando habla, cuando se defiende, cuando promueve el juicio crítico y el respeto por su historia de vida. Porque lo personal es político.

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