Incesto contra la hija niña

Editado en Pagina 12. 14 de noviembre 2000

En el marco del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, que se celebrará este sábado, un texto sobre «un antecedente de la violencia contra las mujeres: el incesto paternofilial contra la hija/niña, practicado en todas las clases sociales».

Por Eva Giberti

En 1977, convocada en París por l’Ecole des Annales, se inauguraron las jornadas destinadas a debatir la «Clínica en evolución y la Sociedad en cambio». André Burgière, que representaba un movimiento históricoantropológico preocupado por convocar los aportes de psicoanalistas, psicólogos e historiadores acerca de la realidad del incesto dictó una conferencia: «El incesto ¿tiene una historia?».
Los datos capaces de iluminar el tema figuran en antiguos libros de medicina o de derecho penal, en las narraciones de las niñas, adolescentes o adultas, en los ensayos psicoanalíticos, en las informaciones periodísticas, entre otros.
Si rastreásemos las opiniones de los profesionales europeos de la década 1880-1890, podríamos leer: «Se habla muchas veces de la franqueza de los niños. Nada hay más falso. (…) La niña se consuela contándose fantasías que ella sabe que son falsas. (…) Se convierte en un personaje». Así lo escribió Paul Brouardel -decano de la Facultad de Medicina de París y experto en medicina legal- en su texto «Las causas de error en los dictámenes de expertos sobre los atentados contra el pudor». Previamente había afirmado: «Las niñas acusan a sus padres de ataques imaginarios contra ellas (…) a fin de obtener libertad para entregarse al libertinaje.» En paralelo, Alfred Fournier sostenía que tales acusaciones eran fantasías.
Años después, A. Moll (autor del libro Libido sexualis, 1895), en su obra La vida sexual del niño (1909) advertía acerca del riesgo de aceptar las acusaciones de las niñas que se decían víctimas de abuso sexual: «Uno de los escándalos más graves de nuestro presente sistema penal es que los jueces crean tan frecuentemente tales cargos.» Y Bloch, citando al pediatra Baginsky (1906): «Las declaraciones de los niños ante la ley son categóricamente nulas y vacuas, absolutamente inválidas e insignificantes».
Bloch reconoce la existencia de esos delitos, provocados por la seducción de la niña, y aclara que los autores del delito eran los sirvientes. No obstante, Ambroise Tardieu, «el representante más prominente de la medicina forense francesa», había descripto la realidad que encontró en la morgue parisina: los cuerpos violados de niñas y niños, victimizados por sus padres y maestros. En una de sus obras escribió: «Los padres abusan de sus hijos (…) Los lazos de sangre en lugar de constituir una barrera para esas tendencias imperdonables, con harta frecuencia sólo sirven para favorecerla», según lo describió en una de sus obras. Y se lamenta por el silencio que la medicina se impuso guardar.
En la misma época, 1886, Paul Bernard -presentando estadísticas-aclaró: «Nos sorprendió el gran número de casos de incesto que figuran en ellas». Reprodujo así una afirmación de su maestro Lacassagne: «Las experiencias que hemos tenido confirman y prueban la veracidad de las afirmaciones de los niños».
Por su parte, Brouardel, quien inicialmente enfatizó un perfil mentiroso de los niños, mantuvo su interés acerca de las violaciones padecidas por éstos en su libro Les attentas aux moeurs (1880-1885). Si bien insistía en que los violadores convictos son muchas veces excelentes padres de familia (?), también reconoció: «Las agresiones sexuales son crímenes del hogar», añadiendo que «de 232 delitos, en 19 el padre era el culpable». Describió estos delitos (malos tratos, asesinatos, incesto y abuso) en 1885; sabemos que Freud asistió a sus cursos en la morgue de París y fue en ese entonces cuando escribió la enigmática frase: «Brouardel solía enseñarnos cuánto material post mortem había en la morgue que merecía ser conocido por los médicos, pero del cual la ciencia prefiere no tener noticias». ¿Qué estaba mostrándoles Brouardel? O sea, en 1886, cuando Freud dictó su conferencia ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena y vinculó el origen de la histeria con abusos sexuales -específicamente incesto- padecidos durante la infancia, tenía, como telón de fondo, las ideas antagónicas que acabo de enunciar. Y contaba con sus convicciones, producto de las confidencias de sus pacientes.
Los libros que Freud no llevó consigo
En vísperas de partir hacia Inglaterra Freud seleccionó qué libros no llevaría consigo; se los entregó a su vecino, el librero Sonnenfeld, que los vendió a otro librero quien a su vez los revendió al Instituto de Psiquiatría de Nueva York. Actualmente están alojados en la Universidad de Columbia. Entre ellos se encuentran los textos de Tardieu, de Brouardel y de Bernard en los que se describen los historiales que refieren las evidencias de incestos comprobados por estos autores. Se ignora por qué Freud, que los había comprado y mantenía en su biblioteca, no los mencionó en su presentación de 1896. Pero en una carta a Fliess, en 1893, se refiere a la «historia de la hija del posadero del Rax: un bonito caso para mí». Es la historia de Khatarina, protagonista de un incesto. (Freud reconoce esto recién en 1924, en una nota a pie de página.)
El 21 de abril de 1896 Freud dictó su conferencia acerca de la etiología de la histeria (la teoría de la seducción) en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena. Como sabemos, recibió el repudio unánime de sus colegas: había ofendido al patriarcado y en particular a la comunidad médica que lo había escuchado esa noche en una sesión presidida por Krafft-Ebing; de sus colegas así opinó entonces en una carta que el 26 de abril le escribió a su amigo Fliess: «(La conferencia) recibió de los asnos una acogida glacial. (…) Y esto después de haberles demostrado la solución de un problema que data de mil años (…) Pueden irse todos al infierno». (Carta omitida en la edición de la correspondencia entre ambos, y que figura en la biografía escrita por Max Schur.)
Pero el 4 de mayo, su estado de ánimo era otro y así volvió a escribirle a Fliess: «Estoy tan aislado (…); se ha impartido la consigna de abandonarme y un vacío se está formando en torno de mí.»
A partir de este aislamiento por parte de sus colegas, comenzó a gestarse la que sería su retractación en 1905: «Me vi obligado a reconocer que aquellas escenas de seducción nunca habían tenido lugar y que solamente eran fantasías que mis pacientes habían inventado». Así logró reinsertarse en la sociedad médica.
Fechas rescatadas en la historia del incesto
Los datos que utilicé figuran en el libro El asalto a la verdad, de Jeffrey M. Masson, editado por Seix Barral en 1985. El volumen no forma parte de la información que acerca de la teoría freudiana se aporta a los estudiantes. Lo cual enrarece su formación puesto que dificulta el intercambio de ideas con otros autores -Forrester, por ejemplo- que sin desconocer los hechos históricos prefiere enfatizar el valor de la teoría acerca de las fantasías.
En su nuevo planteo Freud introdujo su tesis acerca de la eficacia de las fantasías; además, las escenas que originalmente describió nombrándolas como «ataque», «abuso», «violación» padecidos por las niñas. Se convirtieron en imaginarias, un invento de sus pacientes. La eficacia de las fantasías y de las escenas se instalaron como puntos claves del psicoanálisis que acababa de nacer. Se abrió un capítulo enriquecedor para la comprensión del psiquismo humano y, en paralelo, Freud enterró las evidencias que sus maestros le habían mostrado: su causa futura no sería la evaluación clínica de los efectos del incesto como lo propuso en su primera conferencia acerca de la histeria. Entonces, la niña incestuada y el padre violador adquirieron estatuto virtual en el imaginario de los y las psicoanalistas. Sus discursos postergaron, por décadas, el registro de las violencias paternas y revictimizaron a la niña, porque, además de negar el incesto consumado, posicionaron a las víctimas como modelos de lo que la teoría sostenía: las niñas inventaban escenas sexuales con sus padres dada la eficacia de la situación edípica. O sea, las niñas víctimas sirvieron para verificar la contundencia de este segmento de la teoría. Si acusaban al padre, se debía a sus fantasías acerca de un amor que ellas deseaban recibir. Veinte o treinta años después le relatarían a su psicoanalista que siendo niñas su padre eyaculaba sobre ellas después de penetrarlas y entonces «descubrirán» que la humedad seminal que ahora recordaban asqueadas había sido pura imaginación deseante.
Tal como lo sostengo en el libro Incesto paterno-filial, «quedar atrapada en el incesto impide o dificulta la renuncia a estas ligaduras edípicas con el padre. La inclusión de la niña en el incesto bloquea la puesta en fantasma de la situación edípica, así como la consumación del incesto no es lo mismo que actuar el fantasma del complejo de Edipo. Mantener el fantasma de la situación edípica es, justamente, la garantía de la no realización del incesto». Haber sustituido el delito incesto por las fantasías de la niña no se limita a una confusión entre niveles teóricos; reconocer la eficacia de las fantasías y la trascendencia del lugar que ocupan en el psiquismo no autoriza negar y/o desmentir la evidencia de padres incestuosos que traicionan la responsabilidad tutelar y la necesidad de convivencia tierna del varón con sus hijas.
Este material fue analizado en el libro Incesto paterno-filial contra la hija niña, publicado por Editorial Universidad, que escribí junto con Silvio Lamberti (abogado) y colaboradores, y que incluye un análisis del incesto desde perspectivas psicoanalíticas y de estudios de género.
Riesgos del pensamiento lineal y de la aplicación de textos simplificadores
Omitir la perspectiva de los estudios de género en el análisis del incesto convierte cualquier análisis en una ficción. Se advierte la falencia del pensamiento complejo en el ámbito de la legislación que no caracteriza al incesto como un delito autónomo incriminable y facilita que los procedimientos de quienes ejercen el Derecho, en reiteradas oportunidades, se resistan a reconocer como válidas las acusaciones de las niñas, al mismo tiempo que privilegian la supuesta inocencia del padre. La lectura de algunas causas judiciales evidencia la persistencia del pensamiento lineal que, en 1880, descalificaba las narraciones de las víctimas, aunque actualmente los informes presentados por los psicólogos y psiquiatras entrenados en la escucha técnica describan con solvencia la dinámica del delito.
La aplicación, entre nosotros, de los contenidos de algunos textos estadounidenses (seriamente cuestionados en su país de origen por su falta de rigor) remite al déficit en la formación epistemológica de quienes aceptaron los planteos de los mismos sin ejercer un pensamiento crítico; también remite a la carencia de información acerca de las teorías creadas por los estudios de género, internacionalmente avaladas. El androcentrismo constituye una variable que coadyuva en el rechazo de las denuncias, en la persistencia con que se intenta revincular rápidamente a la niña con el padre incestuoso (contra el deseo de la víctima) y, cuando se trata de un divorcio «difícil», acusar a la madre de la niña como inductora de «los inventos» de su hija. Decisiones judiciales que transparentan los deslizamientos ideológicos de quienes -desde el poder que el ejercicio del Derecho consiente- reivindican el lugar del padre como intocable. Deeste modo retornan al lugar histórico de la retractación: «No hay niñas/víctimas de incesto. No hay padres violadores».
Cualquiera de estas estrategias es parte del contraproyecto que intenta rescatar el espacio perdido por el patriarcado; al evidenciarse el ejercicio de la violencia en el ámbito familiar como responsabilidad prioritariamente masculina, también quedó al descubierto el incesto paternofilial contra la hija/niña practicado en todas las clases sociales.
El incesto, recordémoslo, apunta a destruir la subjetividad de la niña. El placer que el padre obtiene avanza en busca de la satisfacción que le produce violentar a un ser humano. La niña no es tratada como una cosa, por el contrario, el placer-poder radica en dañar a una persona, lo que posiciona al incesto en el ámbito de la perversidad (placer por dañar) y no necesariamente de la perversión sexual.
Las variables y el contexto, que corresponde estudiar cuando se menciona el incesto, son múltiples y no podrían incluirse en esta nota; pero es preciso abundar en la variable histórica porque ella nos ilustra acerca de sus protagonistas, entre las cuales nos contamos, porque constituimos el entorno capaz de advertir que el incesto constituye un antecedente de la violencia contra las mujeres. Si no lo asumimos en ese carácter, si permitimos que la niña lo transforme en invisible debido a la insuficiencia de su voz, perderemos de vista una de las estrategias masculinas más eficaces para escribir la propia historia del poder.

Familia.
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