Por Eva Giberti. Publicada en Página/12
La obediencia y la subordinación que históricamente debían formar parte de la “personalidad femenina” constituían valores para las mujeres, eran los recursos que el patriarcado fogoneaba para disponer de esclavas dispuestas a reproducirse según los mandatos del varón y a satisfacerlo en todos los niveles posibles. En los imposibles también, ya que el femicidio constituye la vulneración de la posibilidad de vida.
El imaginario social confirmaba –aún persiste– los prejuicios acerca de “la complejidad del psiquismo de las mujeres” mediante frases típicas: “Nadie entiende a las mujeres”, “¿que querrá una mujer?”, “con las mujeres no hay manera de entenderse”.
Los años de lucha de aquellas en busca de sus derechos, enfrentando obstáculos y sobreviviendo a violencias múltiples, fermentaron musitando resignaciones que constituían una modalidad que nunca se hizo carne auténticamente en las mujeres. En paralelo, las frustraciones y las humillaciones generaron hostilidades que si bien eran necesarias como reacciones defensivas podían expresarse mínimamente, exceptuando rebeliones míticas e históricas.
Empezamos por Lisistrata, episodio narrado, según Aristófanes, 411 años antes de nuestra era en la cual las mujeres se negaron a copular con sus maridos para impedir que siguieran combatiendo en la guerra del Peloponeso: hasta que los hombres dejasen las armas no habría sexo entre las parejas. Ganaron. Entre nosotros, la primera huelga docente en Argentina en 1881 fue encabezadas por las maestras de San Luis debido al atraso en el pago de sus sueldos y en contra de los recortes de los sueldos y despidos de los empleados públicos (decisión de Avellaneda por la crisis de 1874). En ambas circunstancias ejercieron hostilidad, sentimiento riesgoso por su capacidad destructiva y por la posibilidad de ser derrotadas en el enfrentamiento si el contrincante es imbatible.
El psicoanálisis nos aportó la idea de deseo hostil como transformación de la hostilidad, el cual logra generar matices al promover el deseo de saber y el anhelo de poder; se diferencia de la brusca e indiscriminada reacción afectiva que habitualmente existe en la hostilidad. Al mismo tiempo, perfecciona el juicio crítico capaz de reconocer las injusticias y produce acciones decididas, intenta nuevos logros y encuentra nuevos intereses siempre dentro del deseo de obtener un triunfo sobre la frustración. En la construcción de deseos hostiles resultan fundamentales las actitudes hacia la obediencia como injusticia cuando ésta busca el sometimiento, la subordinación y el silencio de quienes aspiran a sublevarse. Estos deseos, para surgir, elaborarse y concretarse, precisan una progresiva capacidad de abstracción que permita matizar las situaciones y reconocer el momento en el cual deberán expresarse. O sea, se trata de un intenso procedimiento de índole política que se desarrolla en el tiempo a medida que se comprenden las circunstancias de la propia vida y se revisan las relaciones con quienes nos rodean y con aquellos que pretenden dirigirnos.
Introducir la idea de deseo hostil resultaría exagerado si pretendiese que los movimientos de mujeres que hoy han sacudido la historia del mundo surgieron modulados por ellos. El deseo hostil es un recurso que el psicoanálisis nos ofrece para pensar en términos personales y no en sacudones históricos. Pero la asociación puede permitírseme si recuerdo las escenas de las primeras sufragistas huyendo de la policía por las calles de Londres y la notoria diferencia con las actuales organizaciones de mujeres que, entrenadas durante siglos para tolerar frustraciones, hoy se organizan mostrándole al mundo cómo es posible cambiar los cánones de la obediencia impuesta como sometimiento. Hoy convive la hostilidad con el deseo hostil y el juicio crítico: las calles sostienen las consignas (que son texto), los gritos y las proclamas.
Fue preciso que las mujeres se opusieran a todo aquello que se les había atribuido como evidencia de sus imperfecciones e imbecilidades y paulatinamente construyeran juicios críticos que resquebrajaran las definiciones patriarcales. Había que mostrar el poder que tienen los pensamientos reflexivos, críticos y revolucionarios para sustituir la razonable hostilidad inicial por nuevos hechos históricamente inesperados e imprevisibles. Hechos que, desde la lógica hegemónica no deberían existir pero que no obstante surgen, se revelan de manera súbita e impredecible. Así lo definiría Badiou cuando se refiere a la aparición del acontecimiento que subvierte el sistema de creencias. La densidad de la obra de Badiou no merece este recorte banal, pero su idea de acontecimiento –mucho más compleja que mi reducción– permite nominar esta aparición del movimiento de mujeres que nos prometemos internacional.
Acontecimiento que importa reconocer porque proviene de una mayoría estadística: las mujeres somos el 52 por ciento de la población universal, circunstancia que inscribe nuestros movimientos en los hechos inesperados e imprevisibles.
También sabemos de la dificultad de quienes siendo mujeres quedaban encapsuladas en los mandatos que los varones imponen y no podían gestar ni hostilidades ni pensamiento hostil. Pero “el tiempo (que no) debe detenerse”, aliado de las mujeres, expertas en todas clase de esperas, ha ingresado en nuestras vidas como una variable que marca la oportunidad y convoca al acontecimiento.