Texto del libro «Escuela para padres»; 11va Edición – Mayo de 1968 – Editorial EMECE // Bs As. Argentina; Autor: Licenciada Eva Giberti
Nota del Editor: Este texto tiene unos 40 años. Pero a pesar del tiempo transcurrido el lector se sorprenderá de lo actual del mensaje.
Señoras que recorren las calles cargadas de paquetes, jovencitas que leen las revistas buscando sugerencias, señores que hacen cálculos sobre el aguinaldo y el costo de la vida, chicos que piden dos pesos para comprar cohetes y abuelas que revisan sus recetas de cocina para el menú tradicional (que este año tendrá que ser muy económico). Todos los enumerados anteriormente, son síntomas inequívocos de las fiestas de fin de año.
En primer lugar la Navidad. Inútil resultaría hablar de su encanto y de su significado. Navidad es algo más que lo que podamos decir; es, simplemente, aquello que nos pueda inspirar, con su alegría, con su ternura y con su Nochebuena antigua y esperanzada. Pero, todo eso, los chicos pueden aprenderlo durante el día, vivirlo durante las primeras horas de la noche y entonces acostarse temprano: en fin, apenas un poco más tarde que de costumbre. Si los padres imaginaran la serie de riegos que presupone para el niño esta concatenación de fiestas «tradicionales», seguramente vigilarían más su comportamiento.
Vayamos por partes: las comidas (las comilonas) suelen provocar trastornos tan serios que muchas veces los festejos de Navidad de un chico acaban por amargar la fiesta del fin de año con la presencia del médico y el susto de todos. Y no es de extrañar. Criaturas que durante todo el año han sido cuidadas en su alimentación, de pronto, por obra y gracias de papá Noel, se transforman en ávidos engullidores de turrones misteriosos, de garrapiñadas crocantes, de pan dulce indigestísimo, de bebidas heladas; y hablando de bebidas, tenemos que advertirlos frente a la probable aparición de un personaje tan clásico como la fiesta misma: el señor o la señora simpática, que en el almuerzo o en la cena, y en el momento de la sidra dice: «¡Cómo no le van a dar un poquito al nene… pobrecito…!! , a lo cual contesta correctamente la mamá: » No, Fulanito, el nene nunca toma… «. Esta respuesta suele provocar la iracundia compasiva del señor «canchero» que con cara de lástima intercede: «¡Pero por favor! por una vez que le va hacer… Hay una sola navidad… Vení, nene tomá un poquito de sidra…» y el poquito se convierte en un mucho, sin descontar que durante esos días la familia se siente generosa, dispuesta a aceptar cuanto capricho tenga el chiquito, por lo cual, un vasito por aquí, otro vasito por una tía, otro por el padrino, finalmente, a las tres o cuatro de la madrugada, hay que llamar al médico porque el chiquillo está descompuesto, Pero ¡ Viva la Navidad!.
Todo esto, sin insistir demasiado en las otras bebidas frías tomadas en cantidad, sin olvidar la cerveza que no sólo no es inofensiva, sino que tiene una graduación alcohólica que oscila entre los seis y doce por ciento, proporción que si bien no es peligrosa para el adulto, si lo es para el niño.
Esto, dicho sea en el terreno de las generalidades gastronómicas, pero en el aspecto psíquico del chico hay una serie de factores que también se añaden a los trastornos que acarrean inevitablemente estas fiestas, entre ellos, la presencia de personas desconocidas en la casa, la cantidad de visitas que se deben hacer, la compra de regalos acompañando al centro a mamá, que se pone de mal humor, en medio de la gente que la apretuja y no deja respirar, las caras desconocidas, las recomendaciones de buenos modales, y pueden ustedes sumar los problemas característicos de cada hogar. Todo ello conduce a un estado de excitación que si bien es imprevisible e inevitable, ya que por inercia siempre pasa lo mismo y en todas las casa, por lo menos se puede ayudar al chico acostándolo temprano y tratando de darle comidas naturales y san con algunas «yapitas», pero sin excesos.
Y ya que estamos en la enumeración de los riesgos en las fiestas de fin de año, vamos a dedicarle un párrafo al peligro más grande, más tonto y menos necesario de todos: jugar con fuego.
Jugar con cohetes, cañitas voladoras, petardos y fuegos artificiales, todo aquello que pueda lesionar. La recomendación va directamente hecha a los padres, desde el momento que son ellos quienes se divierten furiosamente con los juegos que llaman de los chicos.
Recordemos que en China, allí donde Marco Polo la encontró, la pólvora servía como entretenimiento en las festividades de los grandes, que gozaban extraordinariamente con sus pequeñas explosiones y sus luces brillantes; pero los niños no la tocaban.
Entre nosotros es al revés, y así son las consecuencias. Los chicos son la excusa para que los grandes se vean en la obligación de enseñarles a usarlos y encenderlos.
Finalmente, las fiestas de fin de año deben tener la emoción constructiva, precisas, pero no hay que extramilimitarse con excesos que obligadamente se pagan, y a veces demasiado caro.