Editado en el periódico Rio Negro, 25 setiembre 2003
Fue preciso que transcurrieran varias décadas para que los medios de comunicación mostraran, ante los ojos del país, los reclamos de algunas comunidades indígenas que viven tanto en nuestro norte como de nuestro sur, sin desentenderme de las otras latitudes donde también se desarrollaron culturas propias de las etnias que los habitan.
En la escuela -a las personas de mi generación- nos mostraron los que se catalogaban como «ejemplares» de indios onas y de diaguitas, los unos envueltos en sus pieles, los otros protegiéndose en sus tiendas y bajo sus toldos. En el colegio secundario incorporaron la historia de los malones, casi siempre acompañada por la descripción que, con tinte heroico, enunciaba la Conquista del Desierto por parte del ejército nacional.
Omitiendo informarnos acerca de la persecución brutal que se desencadenó contra ellos: hubiese alcanzado con leer el libro de Borrero acerca de esa historia patagónica para revisar la información oficial.
Mis hijos en cambio incorporaron algunas otras informaciones, más respetuosas de las etnias que pueblan nuestro país, aunque inevitablemente desvalorizadas e inferiorizadas en razón del que se conoció como el salvajismo de los mal denominados aborígenes. Tardíamente pude estudiar la historia de la nación mapuche y asumir el etnocidio que, cubriendo íntegramente nuestro país, arrasó con los pobladores iniciales de nuestros territorios.
En la actualidad cuando recorro exposiciones dedicadas a muestras artísticas o ingreso en determinados locales de diversos shoppings y galerías encuentro, ante mi asombro y alegría, la presencia de artesanos que desde el choique patagónico hasta el jaguar de las regiones selváticas, pasando por los cóndores estilizados y los paisajes lunares de la tierra sanjuanina, diseñan sus modelos.
Pintan, labran joyas, enhebran cuentas de collares y tensan las tramas de sus telares en tejidos incomparables, teñidos con los colores que logran extraer de las plantas locales. Así como repujan y trenzan los cueros, tallan las maderas de nuestros árboles o seleccionan los caracoles atlánticos que habrán de utilizar para sus composiciones.
De la música folclórica nos habíamos hecho cargo, pero sin lograr que fuese considerada lo suficientemente elegante, descontando el fanatismo de algunas y de algunos militantes nacionalistas. Aun desconociendo la historia de nuestras etnias, una de mis tías, pintora y escultora, había aportado de sus viajes al Norte -como ella decía- baúles hechos en cuero, mantas tejidas en telar y extraños -para mi infancia- cinturones (fajas) multicolores que no contaban con hebilla para sostenerlos.
Ella guardaba sus pinceles en alforjas tejidas y me había regalado una colección de pequeños cacharros hechos con barro que se enhebraban entre sí con lanas coloridas y de ese modo podían colgarse en la pared. Estoy hablando del 1940, aproximadamente. Esos viajes eran compartidos por varios artistas que también volvían trayendo no sólo inspiración, sino documentos de culturas que eran escasamente conocidas en la metrópoli.
O sea, en algunas familias existió el registro de otras culturas nativas, pero insuficiente para sostener su defensa, dado que la instrucción escolar aportaba otros datos: los y las alumnas éramos sujetos destinados a ser occidentalizados como garantía de cultura y civilización.
Modernizarse equivalía a ignorar o denostar las culturas propias de las etnias indígenas para incorporarse en el proceso de occidentalización; que en manera alguna implicaba transformarse en un occidental puro, sino acoplarse a las prácticas y costumbres provistas por los países centrales, particularmente los europeos.
Tal estilo de educación conducía a lo que pudimos -podemos- comprobar diariamente: fuimos sujetos de colonización europeizante mediante la enseñanza escolar, además de la que podía provenir de nuestras familias, con frecuencia descendientes de inmigrantes. Si bien no había razón para rechazar los aportes que las culturas de los abuelos y de los padres incorporaban en nuestras vidas, dicha incorporación no debió implicar la denigración de las propias culturas regionales.
La occidentalización a ultranza transmitió una concepción del mundo que desconoció el significado que puede tener el lugar de nacimiento y sus características culturales. Concepción del mundo acotada por los valores que esa occidentalización transmitía de manera tramposa, porque ocultaba u omitía la conciencia de la colonización que implicaba.
Esta estrategia cultural intervino masivamente en la construcción de los principios morales que impregnan la cotidianidad; principios que se organizaron sobre la creencia de habitar en un país que sobrellevaba la rémora de poblaciones indígenas, extrañas, ajenas -a veces peligrosas- respecto de los descendientes de europeos que paulatinamente gestaban la que habría de conocerse como nuestra nación.
Ahora comienzan a surgir, con empuje y presencia, las culturas sumergidas por la indiferencia y el rechazo político-social de la comunidad occidentalizada, además de haber padecido carencias graves en materia de salud. El surgimiento notable se torna visible mediante sus producciones culturales. Pero la cuestión de fondo reside en otro lugar y se recorta con un perfil sociopolítico potente, aunque escasamente difundido.
No se trata tan sólo de las permanentes denuncias y reclamos del pueblo mapuche, también ahora es el pueblo Mbyá guaraní de la provincia de Misiones el que, apoyándose en el Proyecto de Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas» (Washington D.C., del 30 de mayo de 2003), reclama la atención de los estados miembros de la Organización de los Estados Americanos para que se atienda a sus derechos.
Las currículas escolares han modificado sus contenidos y la tendencia apunta a una reformulación de los conocimientos acerca de las etnias que sobreviven en nuestro país; pero persiste la discriminación y el racismo en las mentes y en los comportamientos de los adultos que mantienen su indiferencia y su ignorancia acerca de las culturas de estos pueblos. A ellos les recuerdo un par de ítems que forman parte del Proyecto de Declaración Americana:
«Reconociendo la importancia que tiene para la humanidad la preservación de las culturas indígenas americanas; reconociendo que los pueblos indígenas son sociedades originarias que forman parte integral de las Américas y que sus valores y culturas están vinculados indisolublemente a la identidad de los países que habitan y de la región en su conjunto»?