Editado en el periódico Rio Negro Sábado 5 de octubre de 2002
Por Eva Giberti.
La insistencia, por parte de quienes estudian los temas vinculados con los géneros en la conceptualización de «la ciudadanía» asociada con las mujeres, constituye un fenómeno psicológico, político y social.
Psicológico en lo que se refiere a insistencia y a la etimología de este vocablo, derivado del latín existere, o sea, salir, nacer, aparecer, y de sistere: colocar, sentar, detener que, a su vez, queda ligado a persistir, a resistir y a subsistir. Su sentido habitual: «Repetir varias veces algo que se dice para asegurar el resultado», según María Moliner, quien fue una campeona de persistencias en la producción de su diccionario, construido durante décadas. También «mostrar, al decir algo, especial interés en ello o recalcar su importancia». O sea, insistimos en el concepto de ciudadanía a partir de la superación de la ingenuidad militante que las mujeres francesas ensayaron cuando creyeron, en aquellos tiempos de la Revolución, que ellas también serían consideradas ciudadanas por los varones revolucionarios; pretensión que se consideró exagerada ya que sólo habían contribuido a llevar adelante la Revolución asistiendo a heridos, levantando sus voces en la Asamblea Nacional, preparando comidas para los ciudadanos y empuñando las armas que posibilitaron la instalación de dicho proceso revolucionario. Tales conductas no resultaron suficientes para quienes avanzaron en la consigna que los hizo famosos: libertad, igualdad, fraternidad, los derechos del hombre instituidos por la Revolución. Efectivamente fueron derechos para los hombres ignorando las lúcidas demandas de aquellas mujeres de las que formaba parte Olimpia de Gouges. En su Declaración por los Derechos de las Mujeres y de las Ciudadanas, escrito en 1791, sostenía: «El fin de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer y del hombre: esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y sobre todo la resistencia a la opresión».
Negándose a aceptar la producción de textos, declaraciones y solicitudes firmados por las que fueron nominadas ciudadanas por mera pertenencia a la Revolución, la Asamblea Nacional (Cahiers des Doléances des Femmas, 1981), que en un principio les permitió concurrir a sus deliberaciones, finalmente les cerró sus puertas, las amenazó con encarcelarlas si persistían en sus demandas y finalizó condenando a morir en la guillotina a Olimpia de Gouges.
Imposibles de silenciar la violencia y la discriminación ejercidas contra las mujeres que pretendían el reconocimiento de sus derechos, así como el silencio que durante décadas rodeó los festejos del 14 de julio, fecha en la que se conmemoraba la Declaración de los Derechos del Hombre, un silencio encubridor de la realidad histórica. Cuando mencionamos temas referentes al género mujer, es imprescindible incluir la información histórica, por ejemplo, desconocer los antecedentes de las mujeres que durante la Revolución Francesa plantearon sus declaraciones, en tanto ciudadanas, nos advierte acerca de la interesada omisión que ese dato pone al descubierto.
Fue preciso que determinadas investigadoras francesas avanzaran en la búsqueda de datos originados en otras épocas para verificar la significativa ausencia de la iconografía y de los textos protagonizados por aquellas mujeres. Lo que nos remite a las relaciones entre diversos enfoques de los hechos históricos y el silencio acerca de otros. Las relaciones que podemos encontrar entre lo que se ocultó y lo que se privilegió (las acciones masculinas durante dicha Revolución) desenmascaran los intereses que tienden a mantener la desigualdad entre hombres y mujeres, ya sea mediante las omisiones o mediante la circulación de discursos tendientes a promover la idea de mujer-ausente de la historia. Es este ejemplo particularmente significativo, dado que las ciudadanas francesas habían suministrado los antecedentes para que el género adhiriese a su entusiasmo por llamarse a sí mismas, las ciudadanas.
La idea de ciudadanía de las mujeres surgió inserta en territorios del patriarcado que -diversificado en sus contenidos según las épocas – legitimó y legalizó el funcionamiento de las organizaciones sociales y de las prácticas institucionales caracterizadas, entre otras modalidades y contenidos, por la discriminación de género. Legitimación y legalización que mantienen su eficacia en ámbitos diversos. No obstante, las capacidades de las mujeres para recurrir a conductas opositoras a las pautas culturales históricamente convalidadas, así como mantener encendido el alerta acerca de los discursos mediante los cuales las prácticas sociales jerarquizan modelos dominantes a cargo del género masculino comenzaron a mostrar su eficacia. Lo que significa no acatar lo dado cuando incrementa o fogonea la discriminación y la exclusión del género. Por el contrario mediante la cualificación que aporta una ciudadanía sustentada en el conocimiento y en la evocación de las iniquidades padecidas derivadas de la pertenencia a un género, atreverse a propiciar los cambios de un sistema que no titubeó en postergarnos y omitirnos de los beneficios y responsabilidades sociopolíticas y económicas.
Durante siglos nuestros resortes vitales se mantuvieron tensos en la defensa de nuestras razones que contribuyeron en la revisión ética de las políticas patriarcales; resortes cuya cintura política también les permitió mantenerse elásticos en el entrenamiento necesario para crear políticas de género. La variable activa de los derechos ganados y defendidos durante centurias -que constituyen el núcleo fundante de la ciudadanía- se ejerce en una dimensión política que conduce a la intervención de las mujeres en la creación de políticas y en la observación crítica de las actividades que realizan los poderes públicos. La insistencia actual alrededor de la ciudadanía ratifica aquellas antiguas prácticas iniciales, las actualiza e impulsa a quienes sostienen que «un mundo mejor es posible».