Síntesis de un capitulo del libro «lunes de Psicoanálisis en la Biblioteca Nacional», 1996, editado por Lugar Editorial y la Secretaría de Cultura de la Nación
Síntesis de un capitulo del libro «lunes de Psicoanálisis en la Biblioteca Nacional», 1996, editado por Lugar Editorial y la Secretaría de Cultura de la Nación.
A fines de los años cincuenta surgió en Buenos Aires un fenómeno social que, en la década del 60, habría de transformarse en corriente de opinión: «Escuela para padres». Sus prácticas, conocidas y difundidas a través de los medios de comunicación, iniciaron el camino de la divulgación del psicoanálisis, que recién comenzaba a ensayarse entre nosotros.
Tuve a mi cargo la puesta en marcha de este fenómeno y hoy, más de treinta años después, puedo iniciar un nuevo giro en espiral incorporando, no sólo una autocrítica -ya publicada- sino tratando de evaluar la trascendencia que fue alcanzando la divulgación de las ideas psicoanalfticas que, al ser metabolizadas por la comunidad merced a dicho tratamiento comunicacional, se transformaron en un saber popular.
Dice Max Weber que dentro del marco de la sociedad existen subuniversos, otro tipo de universos diferentes de «los que se oyen y se ven»; y que cada tanto surgen portadores, líderes encargados de expresar los contenidos y los valores escondidos en esos sub-niversos que representan los cambios demandados porla época.
Los portadores dramatizan la posibilidad de exponer las distintas corrientes de cam bios que esa sociedad estaría gestando,y la comunidad sería la encargada de investir a determinadas personas como transmisoras de tales cambios que aún no han sido institucionalmente legitimados ni siquiera concientizados. Quizá este proceso pueda relacionarse con la corriente de opinión iniciada en 1956 y que involucro a la comunidad en distintas instancias: escuelas, servicios hospitalarios, universidades, pertenencias religiosas, medios de comunicación, instituciones internacionales; y otros, que se interesaron por el fenómeno, participaron en él debatiendo, coincidiendo o cuestionándolo. Lo cual no es asimilable al éxito circunstancial de los divulgadores que, a mediados de los setenta, retomaron el tema.
«Escuela para padres» ocupó espacios y desató preocupaciones desde 1956 hasta 1972, aproximadamente; alrededor de esta última fecha los intereses de lapoblaci6n se centraban en hechos sociopolíticos de otra índole, y los datos que sobre el psicoanálisis aportaba la divulgación dejaron de constituir una novedad.
El fenómeno , su «lugar», la época
Las variables sociales e históricas nos hablan de un país donde «el peronismo había sido derrotado y donde la vieja- élite liberal, ahora en el poder, avalaba una cruzada dispuesta a sellar a cal y canto hasta las fuentes de la producci6n simbólica peronista», escribirá Terán( 2) . Al mismo tiempo, la doctrina de la seguridad nacional amanecía en las fuerzas armadas mientras se recortaban movimientos culturales de vanguardia; quizá el Di Tella sea el más recordado y el Fiord, de Lanborghini,el más silenciado en ese entonces.
Internacional mente se producían hechos de envergadura: los movimientos tercermundistas, la Revolución Cubana, las comunas hippies, la revisión del modernismo. En 1968 murió el Che Guevara y su cara apareció multiplicada en afiches que, a fines de los sesenta, hablaban de los ideales de una juventud ilusionada y contestataria. Otros espacios eran ocupados por los admiradores de Palito Ortega, mientras los Beatles disertaban una nueva y magnífica dimensión del arte musical, en tanto Cream, ajustado por Eric Clapton, insinuaba nuevas formas de rock. Sartre hacía lo suyo con el existencialismo, y Picasso inauguraba una nueva época de su pintura; Africa comenzaba a hacerse escuchar con otras voces, y los curas obreros ensayaban discursos transgresores.
Las variables psicológicas daban cuenta del psicoanálisis como un proceso incipiente, introduciendo algunas obras de Freud; se formaban los primeros psicoanalistas y grupos de estudio. Las mujeres, que habíamos logrado el voto hacía poco tiempo, incrementábamos nuestras tareas extradomésticas y comenzábamos a utilizar nuevos métodos anticonceptivos (así sucedía en las clases altas y medias). El llamado «enfrentarniento generacional» batía el parche de los medios de comunicación, de modo tal que, cotidianamente, se convocaban mesas redondas y reportajes sobre el tema. La adolescencia adquirió un status que hasta ese momento no había tenido: lo que dio en llamarse «cultura adolescente» mostró su eficacia a través del consumo de discos de «larga duración», e incorporó ritmos denigrados por los adultos; también ropafolk altenando con los jeans; y los varones enarbolaron melenas que pusieron los «pelos de punta» a un nutrido sector de las fuerzas de seguridad.
Las variables gnoseológicas y axiológicas permiten analizar la aparición y el reconocimiento de diferencias entre saberes, conocimientos y creencias, instalando otros modelos de racionalidad, cuestionadores de los existentes; lo cual no era ajeno a las construcciones y descubrimientos freudianos.
Esta rudimentaria síntesis de variables sólo pretende sugerir un horizonte, referencia ineludible del fenómeno que describo, y que conviene analizar teniendo en cuenta los datos enunciados. La relación entre algunas de las distintas instancias mencionadas y su entreproduce un lugar que, sin ser ajeno a las teorías de los topo¡ (de los lugares y espacios psíquicos), remite al modo en que un fenómeno puede existir, en el recuerdo y en los documentos escritos, creando su propia presencia al ser analizado en función de su relación y articulaciones con otros fen6menos, otros datos y otros hechos.
¿Cómo empezó esta historia?
Comencé escribiendo en el vespertino La Razón tres veces por semana; en esa época, el diario «tiraba» 500.000 ejemplares por tarde. Siguiendo la sugerencia de Félix Laiño produje una nueva sección -yo le había mostrado los borradores de mis artículos- que llamé «Escuela para padres», e insistí en que debía llevar mi firma por tratarse de tarea profesional. El primer artículo: «¿Se aprende a ser padres?», mostraba la tónica de lo que habría de ser esa sección.
Se «debía» aprender a educar a los hijos más allá de las pautas que el supuesto «instinto parental» pudiera sugerir. Para aprender, había que interpelar a la ciencia, en este caso el psicoanálisis, que yo me ocuparía de codificar para que pudiera. ser accesible. Lo que originalmente fue una prueba, se convirtió rápidamente en un éxito periodístico: en todas panes se hablaba de «Escuela para padres», a favor y en contra. ¿Qué fue lo que sucedió?
Una hipótesis permite suponer que las pautas tradicionales, heredadas de los cánones religiosos vinculados con el ejercicio irrestricto de la autoridad a cargo de padres y maestros, marcaban criterios rígidos respecto de la crianza de los nifíos; sin embargo, podían registrarse tendencias a la secularización de las mismas y a la revisión de los criterios de autoridad inspirados en filosofías que llegaban desde los países centrales.
La época entre nosotros
Teníamos, por una parte, la adhesi6n intelectual a las corrientes filosóficas que llegaban, desde otras latitudes,incremen tadas por los postulados de una izquierda aún romántica. Por otra parte, un segmento de población que aparecia marginado de sus prácticas políticas; entonces, el discurso de «Escuela para padres», centrado en la revisión del autoritarismo expresado en el «porque sí» y en el «hay que obedecer a los adultos porque son más grandes y saben más», encontró un caldo de cultivo favorable en esa interacción de intereses dispares pero preocupados por lo que podía entenderse como autoridad, sus deformaciones y derivados. ,
Esta hipótesis enraíza en un dato concreto: los artículos del diario La Razón-y otros publicados en distintas revistas- eran leídos por quienes transitaban distintos niveles socioeconómicos
Fui invitada para dictar cursos y conferencias en sectores populares cuyos miembros podían adivinarse peronistas; en ellos, las preguntas con que se cerraban tales charlas hacían alusión a un «antes»… Yo omitía referirme al período político anterior, y me limitaba a responder desde lo que suponía «el saber científico», que, según me habían enseñado en mis estudios psicoanalíticos, «no admitía inclusiones de temas de índole social»
El mismo trabajo lo llevé a cabo en escuelas e institucíones que se caracterizan como «de clases altas», cuyos asistentes me consideraban una «adelantada» a las «ideas científicas» originadas en la intelectualidad europea.
0 sea, cada grupo parecía evaluarme y entender mi discurso según sus intereses socíopolíticos; se trataba, evidentemente, de fenómenos de resignificación y polisemia que desbordaban el descubrimiento de un mundo psicológico fascinante.
Ingresábamos en otra época, signada por la tevé, que coadyuvaba en el registro de los notorios cambios en la descripción de «la familia»: las migraciones, . que viniendo desde las provincias habían constituido el cinturón villero conurbano, aportaban la evidencia de modelos que sobresaltaban a quienes defendían el esquema tradicional. Por ejemplo, el cambio de «padres» para los hijos de una misma mujer que sustituía a sus compañeros al ser abandonada por ellos; relaciones sexuales admitidas entrepadrastros e hijastras; mujeres solas con hijos de distintos padres y otras modalidades que, sin ser generalizables, ilustraban costumbres sorpren-y rechazadas por la burguesía de la época. Antiguamente, la familia tradicional se había enfrentado con formas clásicas de la antifamilia como el prostíbulo, y con estilos de vida denigrados por las clases medias: el conventillo. Ahora, la villa aportaba nuevos matices para la crítica social.
Yo atribuía a la familia el máximo de responsabilidad respecto del futuro de los hijos; pensé que, para ello, podía desde el psicoanálisis aportar conceptos de divulgación, por ello introduje la técnica por medio de la cual explicaba la dinámica de los conflictos aportando el descubrimiento de lo inconsciente como idea reguladora.
Pensé que las dificultades podrían abordarse desde lo que llamé «orientación psicoanalítica», puesto que mi experiencia personal en el Hospital de Niños me había mostrado que el diálogo con las madres podía modificar sus conductas para con los hijos al comprenderlos desde nuevas perspectivas, respetando miedos y deseos de la infancia en lugar de tratar a los niños como «caprichosos y testarudos».
La divulgación
Los conceptos de una disciplina y las teorías de una ciencia pueden ser diseminados, pueden proliferar, multiplicarse y dividirse como una simiente
Que ávanza más allá de su perímetro ínicial, reproduciéndose en «una proliferación viva», al decir de Derrida (1987)
Cuando este proceso de diseminación precisa ir más allá del cauce de la proliferación en sí, y tiene la pretensión de acceder a un público que excede la élite profesional y maneja esos conceptos, se apela a la divulgación. Esta práctica se caracteriza por llegar al «gran» público, para lo cual se organizan sistemas de codificación que permitan trasladar los códigos originales a un código más simple, de fácil comprensión.
Freud fue un excelente divulgador de sus propias teorías: entre conferencias para todo público y textos escritos produjo dieciséis trabajos de divulgación(5). Caprile escribió: «La divulgación implica una relación entre el bagaje cultural del emisor y el del receptor compartiendo códigos, estereotipos, patrones y hasta la posibilidad de insight gestáltico de una misma «pertenencia» cultural. Sumisión es hacer comprensibles mensajes de una cultura «culta» de la ciencia, de las humanidades; aclarar, reenviar; trascodificar un saber que, a partir de ese momento histórico, comienza a ser de necesaria utilización técnica para las clases dominadas» .
Cuando es necesario que la divulgación sobrepase la cantidad de público que puede asistir a una conferencia donde se cuenta con un contacto cara a cara con quien la dicta- o sea, que se difunda en un nivel masivo, encontramos los procesos difusivos. La difusión es un proceso de alocución que pretende el máximo de público y el máximo de comprensión.
El modo difusivo introduce, inyecta, reitera mensajes estereotipados dirá Caprile-. El modo divulgativo reenvía, hace comprensibles mensajes de la «cultura culta» al público corriente, y puede difundirse masivamente o no.
La divulgación funciona en tres instancias: la auditiva-verbal, la escrita, la icónica. El discurso, cuya polisemia es riquísima, pertenece al presente: lo que dice desaparece con la voz hablada. Lo semántico escrito, textual, tiene actualidad y un futuro distinto del que logra la palabra hablada. Su eficacia quizá se libere más adelante, como lo plantea Eco en El nombre de la rosa.
Los latines nos informan que divulgatio quiere decir «propagación» y que fue originalmente una palabra para uso eclesiástico. No en vano el catecismo es la primera vulgata destinada a los niños, divulgando los conocimientos de la teología. Es una palabra que se refiere al público o a la gente denominada «vulgo» antiguamente; de allí su extensión a la idea de vulgarización.
La divulgación de contenidos psicoanaliticos no era habitual tampoco en Europa ,no en America latina.En el Congreso Internacional de Educación para Padres(Caracas-1987)pude confirmar la sorpresa que causaba el fenómeno que se había producido en la Argentina divulgando conocimientos psicoanalíticos en los medios de comunicación».
Hacía 1968 intenté modificar el estilo que utilizaba en la divulgación, y que, incluía una modalidad prescriptiva: «debe hacerse de tal o cual modo», y aun oracular: «si no procede de este modo, sus hijos probablemente padezcan tales y cuales problemas … ».
Escribí entonces artículos destinados a promover reflexión en lugar de indicar procedimientos que «debían seguirse»; hice lo mismo en tevé. Pero la dirección de un canal en el cual trabajaba me hizo saber: «el público precisa que usted le diga qué es lo que tiene que hacer y no que les proponga reflexionar. Tiene que tener en cuenta que el coeficiente medio del público de televisión es de diez años de edad».(Giberti E. 1981)(6 )
Desembocamos así en uno de los debates más interesantes de la década: la manipulación del público por parte de los medios. Llegaban denuncias al respecto desde la naciente teoría de la comunicación, cuyos autores, tal como Eco habría de describirlos, se dividían entre apocalípticos e integrados.
Por mi parte, había aprendido que los padres no solamente no «obedecían» ciegarnente las pautas propuestas, sino que éstas aparecían infiltradas por saberes heredados que los adultos mantenían vivos. La combinatoria de ambas era lo que construía un nuevo paisaje en las relaciones intrafamiliares.
El horror a la divulgación
Para algunos profesionales, «divulgar» aparece asociado con «mostrar lo que no se debe». ¿Qué sería aquello que no se debe -mostrar? La teoría madre, la teoría-teoría; o sea, divulgar implicaría estar exhibiendo una escena primaria, la de la relación sexual padre-madre
En la década del 60 se divulgaron otros conocimientos, de la medicina, por ejemplo; pero la divulgación del psicoanálisis fue duramente criticada por sectores elitistas que afirmaban: «¡cómo se va a hablar del complejo de Edipo por radio y televisión( 1) ». El argumento mayor era que la divulgación no transmitía exactamente los conceptos originales, lo cual es así. Divulgar implica reducir y perder matices. La otra alternativa era mantener esos conocimientos en poder de los sectores que practicaban psicoanálisis.
Las críticas también llegaban desde algunos pediatras del Hospital de Niños al cual yo asistía. «¡Deje de escribir esas cosas en el diario!», me decían. «Ahora las madres llegan al consultorio, y cuando uno les receta vitaminas ellas preguntan si el chico no.tendrá un complejo o un trauma, y por eso no quiere comer.»
Los pediatras no habían incorporado esa clase de informaciones en la Facultad de Medicina; por tanto, un saber que no estuviera canalizado por la universidad que ellos frecuentaban se clasificaba en la órbita de lo desdeñable.
Mediante la divulgación se incorporaron palabras elegidas por la comunidad como claves: neurosis, complejo de Edipo, trauma, frustración, y otras. Era habitual escuchar que alguien, refiriéndose a la soltería de un amigo que vivía con su madre lo explicara así: «¿Fulano?… ¡Tiene un Edipo bárbaro!». Los medios de comunicación escritos habían advertido el negocio que implicaba la divulgación y vendían las notas que podían obtener acerca del tema si bien mostraban su preferencia por los articulos que yo firmaba.
El folleto que distribuía la editorial de «Escuela para padres» proponía y terrogantes«¿Sabe usted a qué edad comienzo a formarse la personalidad del niño?», era una de las muchas preguntas que se formulaban y se respondían con la mayor seriedad que yo podía ofrecer .
En esa época, el Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina había or-ganizado una serie de conferencias acerca del psicoanálisis que, si bien no con-
vocaba a un público masivo, interesaba a nuevos sectores.
El magisterio acompañó fervorosamente al movimiento que representaba Escuela para Padres, movimiento y, a pesar de la crítica que yo hacía recaer sobre las prácticas escolares que consideraba violentas, coleccionaban los artículos y los comentaban en grupos.
Pediatras y psicoanalistas hicieron causa común con los abuelos, si bien con argumentos diferentes. Con el trans-currir del tiempo, los pediatras adhirieron al psicoanálisis y colaboraron- en general- con los temas de «Escuela
para padres; por su parte algunos psicoanalistas intentaron reproducir la experiencia dictando clases en diferentes establecienientos.
En cambio, los abuelos permanecían recalcitrantes en su oposición a un fenómeno que los enfrentaba con sus hijos: «¿Acaso nosotros tuvimos que estudiar para educarlos a ustedes, eh?… Y tan mal no salieron».
Reproduzco estos discursos y alternativas porque se transformaron en fenómenos repetidos en la cotidianídad, constituyéndose en fuente de conflictos familiares y entre profesionales, lo cual caracterizó segmentos culturales de la década’.
La divulgacion in voce y en ruta
El éxito , que aumentaba en diversos niveles, derivó(6) en la creación de «Escuelas para padres» en distintos establecimientos educacionales, hecho que produjo una contradicción: se invitaba a algún médico conocido o amigo de las directoras o a algún sacerdote y estos, a veces, utilizaban la tribuna para decir exactamente lo contrario de lo que yo propiciaba. En muchas oportunidades la directora o el director se hacían cargo de las conferencias y las transformaban en serias reprimendas a los padres.
Otras de las actividades era recorrer localidades de la provincia de Buenos Aires, invitada por el Rotary Club, en una tarea destinada a promover prevención en salud mental. A veces viajaba durante todo el día hasta llegar a la población donde me esperaban entusiastas escuchas; lo más difíc il para mí era sobrellevar los afectuosos protocolos que incluían cenas durante’las cuales habitualmente, mis vecinos de mesa me preguntaban acerca del ¡ mejor modo de procesar sus conflictos farmiliares. Era una tarea fatigante pero estimulaba el corazón: siempre gratis. Tanto esta experiencia, como mis visitas a provincias, me dejaban la impresión de protagonizar una nueva Commedia dell’Arte, motorizada y psicoanalítico, recorriendo ciudades y llevando’«Ia buena nueva».
Si me demoro en estas descripciones -narcisismo al margen- es porque intento mostrar un clima de opinión. que permitió sostener’este fenómeno; clima que respondía a intereses latentes y lo explícitos en, los sesenta y que amanecía en lugares insospechados. Por ejemplo, en una oportunidad fui invitada por una congregación religiosa que tenía su sede en el conurbano. Al ingresar en el barrio me topé con un pasacalle que rezaba: « ¡ Bienven ¡da Dra. Giberti!». Durante la conferencia tuve una sensación extraña que no lograba explicarme. Finalizada la misma, me invitaron a «tomar un jugo con las hermanitas». Recién al ingresar en los claustros me di cuenta de que había hablado para monjas de clausura que, obviamente, no estaban mezcladas entr el público sino que habían asistido a mi charla desde su lugar habitual, tras el ceñido enrejado que disimulaba su presencia, como cuando los sacerdotes concurrían al teatro en palcos recoletos. Sería largo describir mi diálogo con ellas acerca de la vida sexual, pues alrededor de ese tema se centraron sus preguntas.
Yo estaba acostumbrada a trabajar, invitada, con sacerdotes tercermundistas; pero con ellas todo resultaba más difícil. No volvieron a invitanne, y lo siento de veras.
Si debiera elegir un tema para signifícar el efecto revolucionario de la divulgación no titubearía en afirmarlo: la educación sexual. Recién en los comienzos de esa década -y también en los finales de la anterior- fue posible escribir acerca de la necesidad de esclarecer a los chicos más allá de la cigüeña y el repollo. Anteriormente, algún pediatra se había ocupado del tema en notas circunstanciales de revistas «femeninas» y en algunas conferencias convocadas por instituciones privadas, pero el tema no había adquirido difusión masiva.
El interés de los adultos por temas tales como la masturbación, o lo que entonces se llamaban «relaciones prematrimoniales», alcanzó tal demanda que debí dictar cursos para padres y para adultos en general, evidenciándose el nivel de prejuicios y tabúes que, en esa época, formaban parte del imaginario social de esa comunidad.
Los dos libros , la radio y la teve
«Escuela para padres» ingresó rápidamente en el circuito televisado, así como desde el comienzo había dado sus primeros pasos en la radio a través de microprogramas y dramatización de situaciones conflictivas entre padres e hijos. (Cuatro Conferencias acerca de Psicologia y Psicohigiene-Radio nacional-1957; Audición Semanal : Los padres van a la Escuela-Radio Belgrano-en cadena con el exterior-1959; Escuela para Padres LT 10,Radio Universidad del Litoral 1961/1962; Problemas de conducat de los niños;:durante seis meses en Radio municipal-1965)
No es difícil darse cuenta de que cuando un fenómeno interesa en todos los medios, incrementándose a lo largo de los años, algo significativo está diciendo.
El punto culminante se tradujo en la composición y venta del libro Escuela para Padres, recopilación de mis artículos en tres tomos. La colección se ofrecía «a créditos» en ministerios, escuelas, instituciones de toda índole, y su venta estaba a cargo de un plantel de vendedores entrenados especialmente que recorrían casa por casa dejando un folleto explicativo.
Se publicaron treinta ediciones oficiales, con una «tirada»de cinco mil ejemplares cada una.
Dos años después produje, con el mismo estilo, Adolescencia y educación sexual, que imprimió dieciséis ediciones. Podría existir algún mínimo error en la cantidad de ediciones y no me es posible verificarlo, puesto que quienes editaban las obras se instalaron en otros países latinoamericanos; pero debo advertir que, más allá del cuidadoso tratamiento que ellos dieron a la obra, tuve noticias de «ediciones piratas» que escaparon a su control.
Utopías y desencantos
Mediante la divulgación, algunos contenidos del psicoanálisis se habían transformado en un saber popular, y resultó así una nueva utopía que se sumó a las ya existentes en esa época. Utopía que incluía creencias tradicionales, en tanto significasen obediencia subordinante?» ¿Cuánto pesaría, en general, la seguridad que aportaba esa institución prometiendo bienestar familiar si se ponían en práctica las recomendaciones que «la ciencia» sacralizaba?
Paradojalmente, la comunidad comenzó a solicitar indicaciones precisas: «¿qué tengo que hacer cuando … ?». Pedía normas . Los datos que el público manejaba los llevaba a interrogarse: «¿y ahora qué hago con lo que aprendí?». Se advertía la circulación y el consumo (11 )de aquellos conocimientos.que fueron apropiados y traducidos según las necesidades de cada persona, lo cual podría ser una de las claves del éxito alcanzado.
Previamente había sido necesario que el público digiriese algunos de los que podían considerarse exabruptos del psicoanálisis como, por ejemplo, la sexualidad de los nifíos. En posesión de tales saberes, los padres, ¿no los convertirían en una producción adaptacionista y no renovadora como parecía en un primer momento? ¿No encontrarían un nuevo modo de control sobre los hijos? Estas y muchas otras fueron las preguntas y dudas
Dados los indicadores que dimanaban desde «Escuela para padres», es posible suponer que en esta década se producían cambios significativos en las relaciones familiares, en las relaciones entre maestros las alumnas y alumnos, y en las relaciones entre la obediencia y la desobediencia; así como quedaban desenmascaradas las preocupaciones respecto de la sexualidad que, hasta ese momento, habían sido silenciadas o sofocadas en lo que parecía ser un impor-tante sector de la comunidad
¿Por qué se produjo esta aceptación del psicoanálisis, especialmente a cargo de los padres? Una de las respuestas posibles sería que había sido investido como saber científico representativo de una cultura europea que, a algunos, les permitiría desvalorizar su origen como descendientes de inmigrantes humil-des, denigrando la educación recibida, y desplazando sobre ella el conflicto con padres y abuelos.
Los hijos de esos inmigrantes también «se estarían haciendo solos» a través de «Escuela para padres», como había sucedido con sus antepasados al insertarse en el proceso de inmigración. Pero lo harían mucho mejor apoyándose en la «ciencia» que «Escuela para Padres» representaba. Esta interpretación dejaría al margen a quienes no eran hijos de inmigrantes, sino de nuestra tierra.,
A ellos, los de las migraciones urbanas, ¿cuánto les importada que «Escuela para padres» estuviese a cargo de una mujer muy joven que recomendaba transgredir las pautas tradicionales?
Parte de la fuerza que adquirió este que se posdría denominar movimiento quizá residía en su carácter de ilusión, puesto que se desembocó en la esperanza de una familia sin conflictos o con dificultades que siempre podrían prevenirse por medio del psioanálisis, a pesar de las advertencias que llamaban la atención acerca de la imposibilidad de lograr una familia sin enfrentamientos ni conflictos.
Ilusiones y autocrítica
Durante los últimos años de su ejercicio y práctica se introdujeron cambios que
forman parte de la autocrítica que comienza por desenmascarar el pensamiento determinista causalista que utilicé en un primer período: «Si durante la lactancia el bebé, atraviesa por tales alternativas, en su adolescencia aparecerán tales conflictos». Llevó mucho tiempo corregir esa dinámica e introducir la lógica de las probabilidades para no caer en predicciones en lugar de hacer prevención, que no permite incorporar oráculos».
No advertía que desde mi prédica estaba produciendo una mecanismoup-down, y que mientras denunciaba el autoritarismo yo misma lo ejercitaba, aunque mesuradamente, desde los medios. Se podía estar creando entonces otro fenómeno de disciplinamiento social ajeno a la intención inicial.
También es preciso reconocer que, habiendo colocado, el acento, sobre la subjetividad y el mundo psíquico -lo cual entrafíaba un progreso para la comprensión dl funcionamiento de los vínculos familiares- se corría el riesgo de convertir «lo psicológico» en discurso totalizador, carente o deficitario de interpretaciones antropológicas, políticas y sociológicas.
La práctica de aquellos años abrió perspectivas que podríamos considerar revolucionarias en lo que llamábamos «educación para padres». Pero contenía en sí el germen de la contrarrevolución: era para padres y no con los padres. Cuando pude reconocer los riesgos del verticalismo estábamos en los comienzos de los setenta, y la comunidad ya no escuchaba de la misma manera.
El genero mujer
Una mención aparte merece la relación que se produjo entre «Escuela para Padres» y el género mujer. Desde el primer afío de la publicación de sus artículos, se introdujo el derecho y la necesidad de las mujeres respecto del trabajo extradoméstico.
Una serie de notas destinadas a las madres que trabajan fuera del hogar apuntaba a desculpabilizarlas frente a la delegación de sus cuidados maternos en guarderías, empleadas de servicio doméstico y abuelas. A ellas sumamos la serie de notas dedicadas a esclarecer acerca de los postulados del feminismo que, en esa época aún, resultaba novedoso e irritante. ( 12 )
Quizá sea preciso destacar otro hecho: merced a la información que las mujeres obtenían en estos artículos abordaban las conductas protagonizados por los distintos miembros de la familia; les era posible iniciar un nuevo tipo de diálogo y argumentaciones novedosas frente a los comentarios de los maridos, o frente a sus decisiones familiares. A través de esta información adquirían un poder que «les venía desde la ciencia», y desarrollaban tesis acerca de los comportamientos familiares utilizando interpretaciones y perspectivas psicoanalíticas transformadas en instrumentos del saber , domésticamente aplicado. Lo cual las recolocaba en el ámbito familiar puesto que ya no opinaban o decidían acerca de los hijos «por intuición», sino porque habían leído, escuchado o asistido a cursos.
El final
En 1973 fui excluida de todos los medios de comunicación debido a la detención de mi hijo por razones políticas. Se mantuvieron algunos cursos en «Escuela para padres» del Hospítal de Niños y también en el nivel privado. Pero en 1976, el aula que ocupaba «Escuela para padres» fue allanada, y sus archivos destruidos, para lo cual se montó un operativo que aterrorizó a todo el hospital y a los habitantes de las casas linderas.
Sería ingenuo tratar de desmentir la eficacia de’este fenómeno durante la década del 60 al mismo tiempo que reconocer que sólo fue posible porque existían tensiones, y tendencias históricas y sociales, que permitieron su evo-lución y desarrollo. Tampoco seria posible desvalorizar la importancia que tuvo para crear conciencia respecto de la necesidad de tratamientos psicológicos, y en materia de prevención referida a la que se denomina «salud mental».
Los hospitales y las escuelas comenzaron a demandar profesionales formados psicoanalíticamente o psicológicamente, puesto que se había comprendido la trascendencia de una dimensión inconsciente constitutiva del ser humano. Ello fue acompañado -y sostenido por el ejercicio de la divulgación, transgresora de lo que se suponía debían ser conocimientos para una minoría.
Es posible finalizar, al estilo narración, recordando que hubo una vez en la década del 60, un Edipo acriollado y doméstico, apenas un chiquilín, que debutó en los medios de comunicación provocando una ovación. Desde entonces, aquello que nombramos «psicoanálisis» comparte divanes, horas de estudio y saber popular.
NOTAS y BIBLIOGRAFIA
Algunos avances de este trabajo se publicaron en la revista Actualidad Psicológica, enero de 1990, Buenos Aires. Sus contenidos fueron presentados como relato por invitación en el IV Congreso Metropolitano de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires en 1987.
l.Tesis defendida en el trabajo anteriormente citado.
2. O. TERAN,1985 RevistaEspacios Nº 3 y 4, Facultad deFilosofíay Letras, Buenos Aires,
3.En calidad de encargada del consultorio externo de Psicopatología de la segunda cátedra de Pediatría, y previamente como concurrente al hospital. Cfr. también E GIBERTI, Padres y madres: una vanguardia psicológicaen Revista Actualídad Psicológica, julio de 1987,Buenos Aires.
4.J. DERRIDA,1987: La Dissemination, Ed.Seuil,París.
5. E. GIBERTI,1989 «La divulgación: una simpatía de Freud», en Página 12,
6 de octubre de 1989.
6. 0. CAPRILE 1984, «Comunicación y cultura en el reino de Big Brother», revista Nueva Sociedad, núm. 71, marzo
7. Gaceta Psicológica,1989 mesa redonda sobre «Psicología y divulgación» en la Asociaci6n de Psicólogos de Buenos Aires, diciembre, núm’ 84.
8.H. MURARO,1987 Invasión cultural, economíay commícación, Ed. Legasa,
9.GARCIA CANCLINI NI, La crisisde larazon,n, Siglo XXI,
10. E. GIB ERTI,1987«Los padres y los medios de comunicación», relato por invitaci6n en el Congreso Internacional de Educaci,6n para Padres, Caracas, Publicada en la Revista Argeníina de Psicología, núm. 8, 1971, Buenos Aires.
11. Me refiero a una deforrnación de lo que puede entenderse como tradición en su sentido positivo: «La tradición es esencial-mente conservación y, como tal, nunca deja de estar presente en los cambios históri-
al decir de GADAMER en Verdad y método. Yo aludo al tradicionalismo momifícante en esa época cuestionado.
12. E. GiB ERTI,1981 «Para una teoría de la prevención», en Actas del Primer Congreso Metropolítano de Psicología, Buenos Aires
13 E.VERON,1985 «Semiosis de lo ideológico y el poder», en revista Espacios, núm.1 .
14.E. GIBERTI, Op. Cit.
15.Estos primeros artículos sobre feminismo y derechos de la mujer se publican en una recopilación de notas periodísticas: E.GIBERTI, Tiempo de Mujer, Sudamericana)