Publicado en Página/12, miércoles 22 marzo 2006
Para quienes esperan disfrutar del fin de semana largo en una gira turística, la pretensión de ningunear la fecha se enfrentará con las voces, las palabras escritas y las que reverberen en el aire del país entero durante ese fin de semana.
Ante el anuncio del feriado surgieron rápidamente quienes se sentirán felices anticipando las distracciones del fin de semana. Son los creyentes del bienestar, militantes de las diversiones que consideran imperdibles ante el inesperado feriado.
Tendrán que explicarles a sus hijos cómo compaginar ese festejo de los días libres con lo que los chicos aprendieron en sus escuelas acerca del 24 de marzo. Niños y niñas quizá se preguntarán por qué algunos usan el feriado para crear una nueva escena hecha de reuniones, discursos, marchas, carteles y pancartas; y otros, los de su familia, empacan bolsos y mochilas para desembarcar en «aquí no pasó nada y yo no tengo por qué estar acordándome toda la vida de lo que pasó en aquella época porque, además, en las dos partes hubo errores. Esas son algunas de las explicaciones que impregnarán el fin de semana largo de los chicos que estos padres esperan que, al crecer, se les parezcan.
Pero no toda la gente que se vaya este fin de semana piensa de ese modo. Es verdad; el problema parte de quienes intentan falsear los hechos, transformando un feriado conmemorativo en una salida de día libre, para descansar. Cuando este 24 de marzo es una fecha propicia para el rendir cuentas a la ética, ya sea la ciudadana, la nacional o la personal.
Sería deseable que ante la aparición de este feriado surgiese un conflicto moral: «Querría aprovechar el fin de semana largo pero, en realidad, sería mejor que fuésemos en familia a los distintos actos… O bien: «Si me quedo en la ciudad, me pierdo un fin de semana largo. Pero si salgo a pasear, me pierdo las reuniones de un aniversario único…».
La duda, oscilando entre ambas alternativas, dejaría al descubierto la virtud del conflicto moral. Y la tensión ante lo placentero de un fin de semana largo y otra índole de placer. Este es un punto de inflexión. ¿Será placentero evocar esa fecha? ¿Cómo podría producir placer rememorar el terrorismo de Estado?
Placer no es la palabra adecuada, pero pensemos: la sangre derramada, ¿deberá perderse, filtrándose en la tierra, o emerger triunfante en movilizaciones y banderas transportadas por un nosotros memorioso? Un nosotros que incluye a quienes descubrieron los centros clandestinos de represión bajo la fachada de locales aparentemente neutrales, un nosotros que engrilló a tantos delincuentes que el Nunca Más denunció, e instaló en las escuelas la obligación de contarles a los chicos cómo se escribió esa porción de nuestra historia. Será la satisfacción de incorporarse en un nuevo contrato social que no está regulado exclusivamente por el mercado sino que abre espacios para que el rito conmemorativo funde una tradición.
Siendo una efeméride pública constituye, sin embargo, un escenario de intimidad para ese nosotros creado en la alianza respetuosa de las presencias que usarán su día libre para congratularse por esta conmemoración.
El culto del día libre y del fin de semana largo turístico se atrinchera en las convicciones personales de quienes esgrimen su derecho a «desconectarse»; así se lo proponen, posicionados en las antípodas de las corrientes eléctricas que encendían las picanas, pero en sintonía con las capuchas con que las víctimas eran aisladas del entorno horroroso, desconectadas también y participando de otra clase de días libres, ya que tampoco ellas trabajaban.
El día pretende convertirse en un movimiento de onda larga que abarque los territorios de los recién llegados al tema, de los sobrevivientes, de los que siguen diciendo «yo no sabía lo que pasaba», de los niños y las niñas que aprenden a estudiar los derechos humanos y de los que tienen el perdón fácil sin exigir el propósito de enmienda.
Este feriado es un medio que contribuye como soporte de los principios que las políticas públicas y la Justicia precisan para desactivar impunidades y corruptelas. Impunidades de los que hasta ahora no han sido reconocidos como culpables, partícipes y responsables por el terrorismo de Estado, y corruptelas de los que consintieron que así sucediera.
Los principios se sostienen en hechos concretos y en afirmaciones verbales: si el hecho concreto y la afirmación se coagulan en «aprovechemos el fin de semana largo», quienes lo asuman pondrán a la vista cómo funciona para ellos el imperativo del interés general. Del cual prescinden.
Algunos pueden decir: «Nosotros no necesitamos quedarnos en nuestra ciudad para recordar qué pasó durante el terrorismo de Estado; llevamos nuestro recuerdo allí donde vamos». Seguramente es así. Son los creadores de los recuerdos que, pretendiendo ser nómades, se van de paseo en busca de otros paisajes, siempre en ejercicio de sus derechos.
No en vano se plantearon disidencias en los ámbitos institucionales cuando se propuso un feriado. Hubo quienes alertaron seriamente acerca de los riesgos que un fin de semana largo implicaba en lo que a fuga turística podría significar. Es posible que así suceda.
Evaluaremos entonces la diferencia entre «ma sí… yo me tomo los tres días» y la responsabilidad ciudadana que la presencia personal define ante los que fueron muertos, los desaparecidos y aquellos que aún deben ser juzgados y sancionados.
¿Por qué vamos a suponer que una comunidad que sostuvo al terrorismo de Estado durante tanto tiempo, podría o quisiera modificar sus creencias, sus preferencias y sus componentes destructivos tan sólo en 30 años?
Otro sector de esa comunidad sabe cuánto vale y cuánto logra crear el estar juntos; lo aprendió luchando, arriesgándose, padeciendo cárcel y exilios. No sólo por motivos personales sino porque defendía principios: el interés público uno de ellos, sintetizado en la defensa de los derechos humanos.
De esa práctica se excluyen a sí mismos quienes eligen pasear durante este fin de semana largo. No corresponde demandarles presencia y compromiso, su convicción turística se inscribe en la normalidad de esa comunidad que también somos.
Quienes pensamos distinto, y nos ganamos el derecho de vociferarlo, llegaremos a la Plaza, otra vez, pero ahora con los hijos y los nietos en brazos, y podremos decir, con Herman Hesse: «El llamar de la vida nunca tendrá fin». Recordando a quienes durante los fines de semana largos también vivían en la militancia.
Este fin de semana largo, innumerables ciudadanos apostaremos al cuidado de aquellos principios éticos que, al establecer prioridades, proponen suspender los trabajos cotidianos para recordar lo que fuimos capaces de engendrar, de tolerar y, por fin, dominar.