Sintesis de un capitulo del libro Adopción y Silencios
Por Lic. Eva Giberti
Quienes escuchamos a los hijos adoptivos que están construyendo su adolescencia, frecuentemente nos encontramos con lo que denomino lealtad al origen, es decir, planteos mediante los cuales afirman: «Seguramente yo tengo hermanos que están viviendo en la provincia donde nací; y a lo mejor están pasando necesidades…». y a continuación añaden: «Me gustaría conocerlos».
En otras oportunidades insisten en viajar a una determinada provincia, en caso de inundación por ejemplo, llevando ropa y comida. Se trata de un intento, ilusorio por cierto, de contribuír en el auxilio de los pobladores de alguna zona que precisa ayuda, imaginando que, por extensión, podría ayudar a un hermano.
A veces el interés se centra en la madre de origen y fantasean con conocerla pero no es frecuente que se produzca este encuentro, que, en caso de organizarse reclama una prudente regulación de los tiempos psíquicos y cronológicos de los adoptivos, de los adoptantes y de la familia de origen, una vez localizada.
Más allá del derecho que les asiste a los hijos adoptivos, y que la ley consagra autorizándolos a tomar contacto con el expediente a partir de los 18 años, no contamos con investigaciones o estudios sistemáticos acerca de los efectos que, en la construcción de la propia identidad puede generar un encuentro entre los adoptivos y sus padres de origen.
Un acercamiento al tema lo llevó a cabo, en Estados Unidos, la investigación dirigida por Hillary Greenbaum.
Las preguntas que se planteaba la investigación eran concretas en su formulación, pero reclamaban respuestas abiertas: la primera pregunta se formulaba de este modo ¿como desarrollan su identidad los hijos adoptivos incluidos como tales en una familia?
La siguiente pregunta: la búsqueda de los padres de origen, el contacto con ellos, o la ausencia de esa búsqueda ¿cómo afecta al desarrollo de la identidad de los adoptivos?
Trabajaron con un universo pequeño de hijos adoptivos cuyas edades oscilaban entre los quince años y la adultez; utilizaron encuestas y reportajes que les permitió conectarse con las historias de vida de los protagonistas de la investigación.
Las primeras conclusiones fueron muy interesantes y corroboran las mismas evidencias que encontramos entre nosotros: los hijos adoptivos temen ser rechazados por sus padres de origen, en caso de conectarse con ellos. En paralelo tienen miedo de ser rechazados por los padres adoptantes debido a su interés por conectarse con «los otros», es decir, quedan posicionados de manera contradictoria respecto de sus anhelos y curiosidades. El dato respecto de ambos temores lo aportan los adolescentes cuando trabajamos con ellos en situación psicoterapéutica.
La investigación a cargo de Hillary Greenbaum, también puso en evidencia la tensión que les produce el sentirse compelidos a buscar a sus padres de origen, por mandatos psíquicos, por imposición de su propio Superyo, como si se dijera a si mismo: «debo hacerlo» sin que ellos u otros (profesionales por ejemplo) pudieran anticipar los efectos de dicha búsqueda y de un encuentro con sus familiares consanguíneos.
Una de las conclusiones de esta investigación – que personalmente no me parece rigurosa si bien interesante en su formulación- sostiene que los adoptivos que pudieron conectarse con sus padres de origen lograron producir lo que los investigadores denominan «una personalidad con una identidad del Yo más fuerte»
Sería preciso discutir que entienden por identidad del Yo y debido a qué evaluaciones pueden calcular una mayor o menor fuerza de dicha identidad; los resultados de la investigación, que incluyó un escaso número de adoptivos traduce una perspectiva favorable al encuentro entre adoptivos y familia de origen.
El tema adquiere singular relevancia entre nosotros, no solamente porque contamos con una ley que propicia el contacto de los adoptivos con el expediente donde consta su origen, sino porque cada vez con mayor frecuencia los adolescentes, varones y mujeres avanzan con sus preguntas acerca del tema. Cuando no proceden de este modo cabe preguntarse por qué silencian su curiosidad .
Mi experiencia me sugiere la necesidad de estimar, con la mayor certeza posible, la real necesidad de los adoptivos de conocer personalmente a su madre de origen: actualmente los deseos giran alrededor de sus posibles hermanos. Y si bien es probable que el deseo por conocer a aquella mujer que los engendró pulse por hacerse escuchar, también es necesario comprender que el temor ante ese posible encuentro sustituya la curiosidad hacia ella por la toma de contacto con un hermano imaginario.
La lealtad hacia el origen constituye un punto de inflexión en los adoptivos adolescentes, aunque los adoptantes insistan en negarlo: «No nos pregunta nada acerca de su nacimiento. No debe interesarle.» La ausencia de preguntas no significa falta de interés; pueden ser otros los motivos para callar. la actitud parental opuesta, la que ponen en acto los padres que impulsan al adolescente a iniciar la búsqueda sin que el hijo muestre necesidad de hacerlo, se convierte en una forma de violencia encubierta; los adolescentes suelen sentirse al borde de un abismo, en estado de vértigo debido a la presión parental, son padres que suponen proceder «psicológicamente» para que el hijo «no crea que le queremos ocultar su adopción «.
El tema es complejo, pero afortunadamente indica el progreso de las comunidades ante la adopción, que ya no precisa escamotearse como institución valiosa, ni fingir consanguineidad con el hijo. La «verdad» será aquella que el adoptivo elija, conectándose coyuntural y transitoriamente con su madre de origen o limitándose a conocer su nombre y su edad mediante el contacto con el expediente. Los adoptantes solo tendrán que acompañar, cualquiera sea la elección del hijo.